Hoy lo más importante es la economía. Ayer era el terrorismo. La solución para lo más importante siempre es la misma: los dos grupos más poderosos políticamente se reúnen, llegan a un acuerdo y tiran para adelante (o para atrás, según sea el punto de vista del observador). A partir de ese acuerdo toda discrepancia es radical, antisistema, cómplice del paro o de la dinamita, qué más da. Eso en el caso de que haya quien se atreva a discrepar o quien, discrepando, encuentre un altavoz.

La semana pasada el acuerdo fue entre Obama y McCain para apoyar al gran líder, George Bush, que dispondrá de un pastizal para entregar ora a un banquero ora a un constructor según su irresponsable voluntad (pues no tiene que responder de ella). En los próximos días Zapatero y Rajoy intentarán llegar a un acuerdo sobre economía. El acuerdo es inexcusable, ya se ha dicho. Pizarro explicó el otro día en la SER que seguro que habría entendimiento porque ‘con las cosas de comer no se juega‘. Leire Pajín rizó el rizo el sábado: exigió que Rajoy ‘deje de hacer política partidaria y se sume y apoye los Presupuestos Generales del Estado‘. Lo hizo, por cierto, poniendo como ejemplo de buen hacer al PSN, que renunció a la mayoría de izquierdas de las últimas elecciones navarras para regalar el gobierno a UPN.

Según la doctrina de los consensos, en política se debe discutir de las cosas superficiales: que si Sarkozy y Gordon Brown no se arrejuntan con Zapatero o, todo lo más, si McCain conoce o no que hay un país llamado España en Europa y que, como es de la OTAN, es un buen país. Si tenemos problemas graves, ya sean de terrorismo o de crisis financieras, la solución debe ser la unicidad de voces. Tampoco es una novedad en el caso que nos ocupa porque el disenso económico entre PP y PSOE no es  demasiado grande desde hace muchos años (uno se lleva mejor con el BBVA y otro con el Santander, pero la cosa no va más allá).

Ocurre que la cosa ésta de la democracia se debería basar en que la ciudadanía elige de entre distintas opciones aquella con la que estamos más de acuerdo. El modelo de dilema debería ser: ‘Usted es de derechas y defiende que para salir de esta hay que abaratar el despido, desregular (¡más!) la economía y privatizar lo poco que queda privatizable, hospitales y universidades incluídas; usted es de izquierdas y defiende que se someta la economía a la política democrática, la creación de un importante sector público especialmente en los sectores estratégicos y el apoyo a los trabajadores para que no paguen el pato que se comen en otros lados‘. En cambio lo que se nos ofrece es: ‘Usted es de derechas; usted es de izquierdas. Ustedes dos se han reunido y ahora piensan lo mismo, así que tengo que votar a aquel que tenga una corbata y una voz más agradable‘.

Debería ser precisamente en los temas más importantes en los que surgiesen las diferencias más importantes. Un dirigente de izquierdas y uno de derechas podrían tener los mismos gustos futbolísticos o musicales, pero nunca tener la misma receta para solucionar los problemas sociales, políticos y económicos. En economía, además, llevan años teniendo las mismas opiniones y cada vez es más evidente que se equivocaron. Sólo quien disintió durante todos estos años puede ahora presumir de haber llevado razón. Pero esa es una historia para mañana.