Desde los romanos se distingue entre auctoritas y potestas. La auctoritas sería, más que la autoridad, la autoridad moral: tiene auctoritas aquella persona que consigue sin intentarlo que todo el mundo se calle cuando habla porque parece que lo que va a decir es importante; tienen auctoritas los sabios. Tener auctoritas es algo parecido a ser respetado. La potestas es más fácil de traducir, porque tenemos mil palabras para referirnos al poder coactivo, decretado por ley o por jerarquía impuesta (incluso si fuera legítima): de hecho, casi siempre utilizamos la palabra autoridad en el sentido que los romanos daban a la potestas: cuando un policía grita «¡alto a la autoridad!» no parece que esté apelando a su sabiduría, sino más bien a la porra que calza al cinturón. Cuando se habla de autoritarismo tampoco se está hablando de un gobierno de los sabios aceptado por los gobernados por la autoridad moral de aquellos.

Esperanza Aguirre anunció ayer que va a declarar por ley que los profesores y las profesoras sean autoridad. No dice que tengan autoridad, sino que sean autoridad. Es el mismo sentido que el del ¡alto a la autoridad!: el policía es una autoridad. Es deseable que un profesor sea respetado porque los estudiantes lo consideren alguien sabio de quien aprender: es el caso del maestro de La lengua de las mariposas, que no era una autoridad, sino que tenía autoridad. Se ganaba el respeto de sus alumnos.

En cuestiones educativas hay mucha conversación de bar y muy poca reflexión y análisis de lo que hay por ahí. Un día sale un defensor del pueblo que anhela esos gloriosos tiempos en los que el profesor acojonaba regla en mano: lo representa con un sencillo «en mis tiempos llamábamos a los profesores de usted«. Aquella educación jerárquica y mucho más violenta que la actual parió a señores como Enrique Múgica, por lo que tampoco está carente de fracasos.

En Finlandia los profesores son muy respetados por la sociedad. El sistema educativo finlandés es unánimemente reconocido como el mejor de Europa y así es reconocido por informes como el PISA, que dejó el sistema educativo español por los suelos. Sin embargo, antes del informe PISA, ya existía la duda de por qué en Finlandia los profesores son tan respetados y el sistema educativo es, en general, tan eficaz. Desde luego no es un sistema basado en la disciplina y la mano dura: la escuela empieza un año más tarde que en España, tienen casi un 25% menos de horas lectivas y apenas existen exámenes pues no conciben que el resultado de una buena enseñanza y educación sea un simple buen examen.

El éxito de la escuela finlandesa es un patrón en el que mirarse. Ocurre que para poder desarrollar un sistema educativo basado en la complejidad, en la auctoritas, en el respeto mutuo y no en la simpleza, en la mano dura, en la repetición de curso… hace falta que la sociedad se implique un poquito. A modo de ejemplo: en 2006 el gasto público en educación en Finlandia era el 6.3% del PIB; en el conjunto de la UE-19 era el 5.3%; en España era el 4.3%; en la Comunidad de Madrid el 2.79%.

Con esa miseria sólo cabe dar al profesor una porra y que la blanda gritando «¡Alto a la autoridad!«. Esa es la apuesta anunciada ayer por Esperanza Aguirre.