La propaganda asocia la I República Española a caos, a desintegración de España. ¡El cantón de cartagena!, nos recuerdan. Lo cierto es que a la I República no le dio tiempo a llevarnos al caos ni a desintegrar España ni a integrarla ni a ponerla boca abajo: sólo a exponer cómo hacerlo y a poner en poco más de un año más decencia en nuestra Historia política que en siglos de monarquías. La I República se proclamó el 11 de febrero de 1873 e inauguró la tradición de los golpes de Estado en 23 de febrero. Sí, doce días después de la proclamación de nuestra primera experiencia republicana la reacción ya intentó tumbarla mediante un golpe. No parece que diera tiempo a hacer nada incorrecto: el golpe fue porque es la reacción que siempre hemos padecido cuando hemos intentado no ser la España de Isabel la Católica, Torquemada y Francisco Franco. Algo más de un año después de aquel golpe de Estado fallido hubo otro exitoso con el general Martínez Campos de abanderado y que dio lugar al régimen caciquil turnista de Cánovas y Sagasta que la propaganda aznaril quiso equiparar a la Transición (y en buena parte, hay que decirlo, con razón: la Restauración y la Transición tienen muchísimos puntos en común).
Hace pocos meses me acerqué al Cementerio Civil de Madrid. Es un anexo al cementerio de la Almudena donde están enterrados buena parte de las personas que dignifican nuestra Historia. Pasionaria, Pablo Iglesias, Marcelino Camacho… Están también, juntos, dos de los presidentes de la Primera República y vale mucho la pena leer sus inscripciones. Esta es la tumba de Nicolás Salmerón:
La historia de Salmerón es conocida: se negaba a firmar una pena de muerte y prefirió abandonar la presidencia de la República a traicionar sus principios. A esa insolente excepción en nuestra historia de gobernantes felones se refiere la última frase de la inscripción.
Pi i Margall es el más importante teórico del federalismo de nuestra historia: “Maestro de federales”, dice su lápida. Un federalismo de principios teóricos relativamente cercanos al libertarismo. Es a Pi i Margall a quien se refiere la propaganda centralista para explicarnos que la I República llevaba a la disolución de España. Por eso es tan sorprendente el pie de lápida que hay sobre la tumba de Pi i Margall:
“¡España no habría perdido su imperio colonial de haber seguido sus consejos!“, dice la lápida. Lejos de sonarnos a desintegración de España la reivindicación de la conservación del imperio colonial hoy insinúa un rancio españolismo que asusta. Lo cierto es que ese Régimen del que tanto presume la derecha (la Restauración canovista) fue el que llevó a la mayor crisis de conciencia nacional española hasta la actualidad: probablemente el 98 y nuestra época tengan mucho más que ver de lo que todavía se intuya.
Quienes prefiramos la no independencia de Cataluña y Euskadi o de Galicia en su caso tendremos que ser capaces de diseñar un país en el que sentirnos cómodos todos los pueblos y con la soberanía repartida de tal forma que cada unidad sea dueña de todas las decisiones que no supongan merma de derechos de otras unidades. Es el principio federal, heredero del principio de autodeterminación reivindicada por la Ilustración y elevado a la autodeterminación colectiva, principio sin el cual no cabe pensar la democracia (que es una forma de autodeterminación de un pueblo, de unificación de las voces para el autogobierno colectivo).
Son los discursos más estridentemente patrioteros los que más fomentan el independentismo. Cada portada estúpida de La Razón genera un independentista, cada discurso de Aznar genera mil, cada coronel Alamán diez mil.
Quienes queramos construir un país tendremos que entender que ese es un camino de emancipación: social y también territorial. La emancipación no significa separación, sino la consideración de ser mayor de edad, capaz de tomar las propias decisiones. Nadie convive ya a la fuerza ni a base de amenazas.
Quienes queramos convivir igual podríamos darnos un paseo por el cementerio civil y sacudirnos los prejuicios y ver cómo fueron siempre nuestros aznares y nuestros cánovas quienes llevaron a los pueblos a no querer saber nada de España. Si realmente preferimos un país compartido, recuperemos a Pi i Margall, maestro de federales, recuperemos el federalismo republicano.