Decretan que las heridas del franquismo han cicatrizado quienes nunca tuvieron heridas sino sólo franquismo. Y su franquismo no ha cicatrizado en absoluto. Estas semanas no hay día en que no conozcamos la foto de un joven cargo del PP con su bandera fascista, un tuit (también de Nuevas Generaciones del PP) lamentando la muerte de Franco, otro dirigente juvenil haciendo el saludo a la romana…  Alguna de estas múltiples muestras de fascismo ha sido calificada por el PP como «chiquillada»,  como los niños que se quitan la costra que tapa una herida y vuelve a sangrar. Pero no son sólo gestos ni cosas de chiquillos. Acabamos de conocer que el gobierno adjudicó una obra de restauración del Valle de los Caídos (Valle de los Chiquillos, según la nueva terminología) por casi 215.000 euros y que tuvo el detalle de aprobar la adjudicación el 18 de julio.

Claro que en este país los demócratas tenemos heridas sin cicatrizar: se abren más cada vez que pasamos por la calle General Yagüe, cada vez que nos enteramos de que el abuelo de una amiga sigue en una cuneta y que al partido en el poder le parece rencoroso pedir que se le dé entierro justo, cada vez que un presidente del gobierno publicita propaganda fascista como la reedición de la literatura franquista firmada por Pío Moa, cuando un juez investiga los crímenes contra la humanidad del franquismo y acaba siendo juzgado él, son heridas que, así a primera vista, no parece que estén recibiendo el mejor tratamiento posible no ya para que cicatricen sino para que dejen de supurar infectadas.

Tenemos heridas, claro que sí, pero su curación no la van a decretar quienes consideran normal homenajear a los criminales que las causaron o entienden como una chiquillada la propaganda de los genocidas. Ningún heredero de los criminales nos va a decir si nuestras heridas están cicatrizadas o no ni si deberían o no cicatrizar.

Si no fuera porque su franquismo no ha cicatrizado lo entenderían perfectamente: a nadie se le ocurriría que el gobierno alemán pidiera a un colectivo judío que dejara de homenajear a sus víctimas del Holocausto porque son heridas han cicatrizado; o que los jóvenes de la CDU hicieran chiquilladas con esvásticas y saludos nazis; o que, ante el descubrimiento de una fosa común (algo impensable dado que obviamente se hizo todo lo necesario por conseguir que, cuando no fuera imposible -por haber sido incinerado, por ejemplo-, cada familia diera al cadáver de los suyos el destino que tuviera a bien) pidiera a los familiares que dejaran a sus muertos en la cuneta para no reabrir heridas; o que Auschwitz no fuera hoy un lugar de homenaje a sus víctimas y de reivindicación de la dignidad humana sino que se restaurase como homenaje a Adolf Hittler y Anton Drexler, fundador del NSDAP.

Hay muchas razones, muy evidentes, para que las heridas de las víctimas de la dictadura no hayan cicatrizado. Y una buena razón para ello es la naturalidad con la que el partido más votado acepta el legado criminal y lo transmite siquiera como broma a su relevo generacional.

Que no cicatricen las heridas de los crímenes es algo incluso sano: debemos tener presentes las violaciones de los derechos humanos no como justificación de nuevas violaciones de derechos humanos (que es como las usan los gobiernos sionistas, por ejemplo) sino como armamento moral frente a cualquier violación de derechos humanos presente.

Lo que no es aceptable es que no haya cicatrizado el franquismo que nuestra derecha no quiere quitarse de su ADN hasta el punto de transmitirlo con tanta normalidad que sus jovenzuelos se olvidan de que estas cosas hay que disimularlas. Y mucho menos aceptable es que entre un franquismo sin cicatrizar y unas heridas de crímenes sobre las que se echa sal día tras día el Estado se coloque, en el mejor de los casos, como neutral, como «no beligerante activo». Como el régimen franquista se declaró neutral y no beligerante activo en la II Guerra Mundial: fue su forma de llamar a su colaboración con Hitler.