Muchos meses después vuelve a haber noticias sobre Libia. Los crímenes cotidianos, la descomposición popular y las carencias de los libios no son noticia: Libia dejó de ser noticia el día en que las bombas occidentales derrocaron a Gadafi e impusieron un nuevo gobierno. Pero hoy amanecemos conociendo que un grupo armado ha secuestrado al primer ministro libio y esto ya es difícil de ocultar.

Antes de nuestras bombas Libia era un desastre. Después de nuestras bombas sigue siendo un desastre. Ni nuestras bombas ni la inmensa mayoría de la información que vino sobre Libia tenía que ver con el bienestar de los libios cuya vida dejó de importar abruptamente. Tras nuestras bombas Libia sigue siendo un desastre aunque hayamos conseguido quedarnos unos cuantos recursos energéticos y sobre todo aunque hayamos empapado de atlantismo a toda movilización popular en países árabes haciendo cada vez más difícil una revuelta emancipadora como intentaron ser algunas.

A quienes nos oponíamos a bombardear Libia se nos acusó de ser cómplices de Gadafi, pero sobre todo de mirar para otro lado, de cruzarnos de brazo ante las matanzas. ¡Algo habrá que hacer! nos decían como si apelar al diálogo político y la negociación como método de resolución de conflictos fuera no hacer nada mientras las bombas occidentales contuvieran una poción mágica que instaurara democracias y derechos humanos allí donde cayeran con su tradicional dulzura.

Meses después se repitió la historia en Siria. Matanzas reales mezcladas con matanzas manipuladas servían como argumento para lo mismo: algo habrá que hacer. Algo era como siempre bombardear y poner un gobierno que respondiera a nuestros intereses. Los bombarderos británicos y estadounidenses recorrían el Mediterráneo. De nuevo hubo quien pidió  otra forma de resolver el conflicto: apostar por las conversaciones de Ginebra 2 en vez de las bombas de la OTAN. De nuevo nos dijeron que eso era permitir que siguiera todo igual, poner la alfombra roja para más bombardeos con armas químicas.

No sabemos qué pasó exactamente para impedir aquellas nuevas bombas de la OTAN que parecían inevitables. No sabemos si fue la metedura de pata de Kerry, la firmeza de Putin (cuya única base militar en el Mediterráneo está en Siria) o qué sucedió, pero las bombas fueron sustituidas por un desarme acordado una sensible disminución de la violencia en Siria y la discreta recuperación de las conversaciones en Ginebra.

Siria no debe de ser ahora un paraíso terrenal: tampoco sabemos mucho sobre la situación actual porque desde que se rebajó el belicismo occidental cayó también en el olvido la información sobre Siria en nuestra prensa libre.

No existen soluciones mágicas a problemas tan infinitamente complejos. Ni Libia ni Siria han pasado a ser una pradera de paz y florecillas. Pero entre la solución de quienes decían que había que hacer algo y quienes decíamos que ningún algo podía pasar por las bombas occidentales la diferencia no es que las bombas hayan solucionado nada para un pueblo sino que simplemente se han servido del conflicto para controlar los recursos y el gobierno. Eso y que unos cuantos miles de personas a las que habrían matado nuestros ejércitos están vivos. No está mal.

Algo había que hacer. Pero nuestra nada también era algo.