Hace cerca de tres lustros cada día conocíamos un caso de corrupción o de crímenes perpetrados desde el Estado. El Gobierno liderado por Felipe González había llegado a tener la corrupción como uno de sus componentes esenciales. Cada día un capítulo de un dossier aparecía en la prensa: fundamentalmente El Mundo y Diario 16. Algunos medios de comunicación trataban de silenciar los asesinatos, las torturas y el saqueo de los fondos públicos. Singularmente el ABC de Anson (creo que por entonces era todavía Ansón) se lanzó a la defensa de Galindo con la ayuda de Belloch y María Teresa Fernández de la Vega, que ascendieron a General al delincuente, y El País a la de casi todos los demás: había una conspiración, decían, para traer una república de las chungas, y eso era lo importante, no tal crimen o tal robo. Aquella defensa de los suyos era algo más que patética.

Sin embargo, hubo un episodio que mostraba hasta qué punto era estructural la corrupción: el abogado de un espía del Cesid (el anterior CNI) y de Mario Conde se reunió con Felipe González: le amenazó con seguir publicando papeles del Cesid, si Conde seguía en el talego. Los papeles del Cesid fueron una importantísima fuente de la denuncia de los delitos que se estaban perpetrando desde el poder político: José María Aznar prometió desclasificarlos en cuanto llegara al poder y luego si te he visto no me acuerdo.

Todo aquel aparato del Estado estaba podrido. Aquel que estuviera denunciando crímenes de estado por mero interés privado, como aquel político que prometiera una limpieza como simple reclamo electoral, merecen todo el rechazo. Pero no son más que síntomas de cómo está el patio de asqueroso. Lo grave era que había un ladrón en cada planta de cada Ministerio, en alguno de ellos había un asesino, un secuestrador, un torturador… y que todos ellos contaban con el apoyo de la cúpula del gobierno.

Aquel recuerdo viene hoy muy al caso ante la explosión de espías, dossiers y adjudicaciones sospechosas que estamos viviendo en Madrid, hasta llegar a similitudes graciosas: entonces González puso la mano en el fuego por Mariano Rubio, como hoy la pone Aguirre por Granados y González. También hoy, quienes quieren tapar la corrupción que emerge a borbotones en Madrid se empeñan en que sólo se investigue quién espió a quién, no qué aparece en el punto 4.2 del dossier sobre Ignacio González, titulado «Delitos de prevaricación«.

Sin duda es grave la situación moral de un partido y unas instituciones cuyos equilibrios se consiguen a base de espionaje pagado probablemente con fondos públicos y chantaje vía dossier contra el enemigo interno (y podemos dar por hecho que el externo): es la situación a la que se llega cuando la corrupción es estructural, como sucede en el Madrid de los guateques y los tamayos, en el de los blesas y los gonzález.

En Madrid hay redes de espionaje porque todo el mundo sabe que a poco que investigue a tal o cual cargo va a encontrar ocho mil euros pagados en efectivo o una concesión de un campo de golf ilegal en el centro de Madrid hecha a cuñados y hermanos. He ahí el problema, eso es lo que se debe investigar: hasta qué punto la corrupción es estructural en la capital del Reino.

La comparación con Marbella que aparecía en esa pancarta de hace más de dos años no es baladí: no sólo hay una corrupción a gran escala terriblemente hedionda. También hay demasiada gente dispuesta a mirar hacia otros lados, a fijarse en los dedos que señalan las llagas, a tomarse a guasa la putrefacción del paisaje.