La independencia de Cataluña, creo, sería un error para ambas partes, Cataluña y (el resto de) España porque ambas sufren una importante crisis de deuda y en tal situación es mejor un gran PIB con una deuda que haga muy difícil a los acreedores someter a un gobierno si logramos un gobierno que quiera plantar cara. Creo además que para España sería un desastre porque la independencia de España nos llevaría a una regresión al 98: un nacionalismo melancólico y resentido capaz de encumbrar lo peor y más reaccionario de nuestro país. El resto de razones para preferir que no se independicen Cataluña o Euskadi son de carácter puramente sentimental y por tanto bastante irrelevantes, aunque probablemente sean razones de este tipo las que hagan más importante social e incluso electoralmente el problema de Cataluña, que es una parte importantísima del problema de España.
Más allá de deseos, lo que más claro tengo es qué camino lleva inexorablemente a la ruptura de España, a la independencia de Cataluña. La España que va de Numancia, por Isabel La Católica, Torquemada y Felipe II hasta José María Aznar y cierra España ejerce una fobia centrífuga invencible: si esa es la España qué ofrecemos, podemos dar por descontado que el independentismo crecerá hasta ser imparable pues nadie que pueda evitarlo querrá estar en esa España colapsada y turbia.
Hubo siempre otra España en una memoria por la que incomprensiblemente nos dio vergüenza sacar la cara: una España liberal, ilustrada, republicana, alegre, emancipadora, demócrata, diversa…
En los últimos años esa España se ha mostrado especialmente cohesionadora sobre todo porque no se daba golpes de pecho en nombre de unidades nacionales: apela a la soberanía democrática de todos, a la libertad, a los derechos de los de abajo pisoteados y robados ya fuera por el BBVA o por el Santander, por el PP o por el PSOE, por Rajoy o por Más. Prendió el 15-M y vimos cómo lo más libre de Madrid y Barcelona se sincronizaban, se querían, se hermanaban sin forzar unidad alguna, por pura fraternidad ¡valor tan revolucionario!. Los antidisturbios de los Mossos y de la Policía Nacional nos pegaban a las órdenes de Cifuentes y de Felip Puig y se paraban desahucios de La Caixa y de Bankia. Atacamos juntos a los que nos roban el país para embolsarse el 3%, fueran los ladrones que fueran, llamemos «el país» al país que sea. Los relojes de los demócratas se sincronizaron hasta para liberar nuestras capitales con alcaldesas del cambio.
No encontrará nadie una mala palabra contra Cataluña desde ese Madrid demócrata y liberal, un Madrid que no encontrará más que cariño de esa Barcelona. Por cierto, no resulta fácil encontrar en esa España demócrata y plural a quien se haya opuesto a que el pueblo catalán vote y decida qué quiere ser incluso siendo igual de difícil encontrar en ella a quien no quiera a Cataluña como parte de su país.
No tengo ni idea de si es posible un reencuentro entre Cataluña y España a nivel institucional. Existe la posibilidad de que el numantinismo haya durado ya demasiado como para que una mayoría de catalanes vea España habitable. Porque de hecho esta España no es habitable: ni por catalanes ni por madrileños, conquenses, pamplonicas ni turolenses. España hay que cambiarla de abajo arriba pase lo que pase con Cataluña. ¿Quién va a querer quedarse en esta España? Yo desde luego no, por eso peleo por cambiarla. De abajo arriba, de arriba abajo.
Lo que sí tengo claro es cuál es el camino seguro hacia la independencia de Cataluña: el empecinamiento de ese Junts Pel No que tras años negándose a que los catalanes voten ahora siguen firmes, ciegos y sordos, concediendo a las elecciones del 27-S ese carácter plebiscitario que antes negaban y al que ahora aplican un recuento de trileros y tahúres: hacen como que cuentan votos quienes se niegan a que haya votos que contar. Si existe la posibilidad de reencontrarse, de que Cataluña no se vaya, pasa inexorablemente por un cambio absoluto en España y en su relación con Cataluña: empezando por comprender que el pueblo catalán es mayor de edad y que tiene capacidad para decidir qué quiere ser.
Los de los golpes de pecho por la Unidad de España llevan a una segura ruptura de España. La única España que puede no romperse es la España del cambio y del reconocimiento de Cataluña y de su capacidad de decidir libremente y con respeto. ¿Quieres la unidad de España? Pues huye de quienes la tienen todo el día en la boca.
El 20 de diciembre afrontaremos el problema de España, que no es sólo el problema de Cataluña, aunque éste sea una parte importante de él aunque sólo sea como despertador de nuestro profundo conflicto político, social, económico… El problema de España es la falta de democracia y de soberanía, el recorte de derechos y de libertades (también territoriales) en beneficio de un pequeño núcleo de piratas, corruptores y corruptos que pretenden simularse al frente del problema de España y de Cataluña cuando en realidad ellos son el problema.
Hay una posibilidad para que no nos rompan a los españoles, incluso una posibilidad, acaso, para que Cataluña y (el resto de) España nos liberemos juntas de la mano. Esa posibilidad pasa por el profundo cambio que tenemos en nuestras manos en menos de dos meses. Seguir por el camino que nos trajo hasta aquí no es una opción salvo para quienes nos han vaciados los bolsillos trayéndonos hasta aquí sin que les importe, se envuelvan en la bandera que se envuelvan, si para seguir robándonos el futuro hay que romper esto o recoserlo.
Hacen mal los catalanes independentistas anteponiendo su identidad, aun republicana, a igualdad y solidaridad del resto de catalanes. Y hace mal el gobierno del PP ignorándoles y defendiendo esa «otra» España que es, sin embargo, la misma pero en su lado oscuro. Resolver el dilema de las «dos Españas» pasa, como dice el Pablo de PODEMOS, por «hablar con todos» reconociéndoles en lo que son.