En las últimas semanas hemos podido leer decenas de entrevistas a familiares de Franco. Sabemos su estado de ánimo, su indignación con el Estado democrático y con la Iglesia por no mantener el palio sobre el dictador. Sabemos que dicen que no tienen dinero para hacerse cargo del panteón familiar como están obligadas a hacer todas las familias, lo cual nos lleva a no saber cómo gestionan el inmenso patrimonio que han heredado por el robo a punta de pistola que sufrimos todos los españoles a manos del corrupto dictador.
No todo ha sido La Razón: también ha habido alguna entrevista en la que el familiar del asesino tenía que enfrentarse a preguntas hechas desde el sentido común democrático, pero no recuerdo haber encontrado una sola entrevista a un familiar de una persona desaparecida, de una asesinada, torturada, secuestrada por la dictadura. Es posible que se me haya escapado, pero no he visto ninguna entrevista a familiares de enterrados contra la voluntad familiar en el Valle de los Caídos ni, mucho menos, familiares de algún preso que tuviera que ir a construir en condiciones de esclavitud el monumento fascista. Que ellos también tienen sentimientos que, quizás, merecen ser contados con un poquito más de cariño.
Para que hubiera cierta equidistancia entre asesino y víctimas, por cada entrevista a la familia del dictador tendríamos que haber sido inundados con 140.000 entrevistas a familias de víctimas. Si lo limitamos al Valle de los Caídos, más de 34.000 familias (es imposible saber porque rellenaron la gran fosa común con cadáveres a granel, dejando partes de cuerpos en las fosas comunes de donde los sacaban en secreto, por ejemplo) podrían estar también contando sus sentimientos al ver a un asesino que murió en la cama salir por fin del mausoleo del que no dejan sacar a las víctimas de su guerra. Franco asesinó hasta octubre de 1975, no son sólo muertos de hace ochenta años: algunas víctimas son más recientes que víctimas del terrorismo a las que homenajeemos sin que nadie vomite que nos olvidemos de eso, que hace mucho tiempo.
De vez en cuando tenemos noticia de algún familiar de Hitler. Se han quitado todos el apellido: ellos no tienen culpa de los crímenes de su familiar pero desde luego lo que no tienen es orgullo. No sabemos que haya nietos de Mussolini, Pinochet o Pol Pot bailando en programas de la televisión pública y desahogándose en revistas del corazón: lo más parecido a eso lo hace el nieto de Kim Il-sung sin que el caso sea del todo equiparable.
Nos quejamos de que en el Valle de los Caídos no se explica qué ocurrió allí, qué fue el franquismo, cómo se construyó el mausoleo… Pero es que nos queda mucho para que incluso fuera del recinto franquista nos expliquemos, siquiera con neutralidad, que en España estamos con las víctimas, con la democracia y los derechos humanos y no con los dictadores genocidas.