Probablemente la muerte de Rayán no hubiera llegado a ser un breve en la sección de sucesos si no fuera el hijo de Dalila. Y de Dalila no conoceríamos absolutamente nada si no hubiera sido la primera muerta en España por una enfermedad sobre la que se han puesto todos los focos periodísticos. Cuando murió Dalila vimos que ella había tenido la mala suerte de encontrarse con una institución, la sanidad madrileña, caracterizada por el «vuelva usted mañana» o mejor «vaya usted pasado mañana a otro hospital muy lejano a su casa«.

El efecto lupa nos hace verlo sólo cuando le pasa a alguien de nuestra familia; pero cuando por lo que sea los medios fijan nuestra atención en un enfermo concreto usuario de la Sanidad Pública madrileña somos millones de personas las que vemos las peripecias de las víctimas de un modelo sanitario que consiste en el desmantelamiento de lo público: somos millones quienes nos indignamos con lo sucedido. Dalila intentó cuatro veces que la atendieran y sólo lo consiguió cuando su muerte era inminente. Pero no era culpa de la gestión sanitaria que expulsa a los enfermos en vez de curarlos. Una vez muerta Dalila, el sistema pasó al plan B: la mentira, una especialidad política madrileña. Se difundió el bulo de que era una mujer enfermiza y asmática, hasta que su viudo lo desmintió contando que más bien era una deportista bien sana.

Rayán, huérfano, sufrió otro de los dramas del sistema sanitario madrileño: el sobreesfuerzo al que son sometidos los profesionales. La inauguritis ha desmantelado buena parte de los hospitales madrileños. La narración del secretario general de la sección sindical de CCOO en el Gregorio Marañón lleva a una conclusión inequívoca: «No pasan más cosas no sé muy bien por qué«.

Dalila y Rayán son un problema dramático para su familia, pero su caso no pasaría de ser una sucesión de catastróficos errores desafortunadísimos si no se dieran en un contexto sanitario que favorece el error. Han hecho una apuesta brutal y las consecuencias son letales. Si a uno le disparan en la cabeza cuando va caminando tranquilamente por la calle ha tenido mala suerte; si la bala le llega cuando estaba jugando a la ruleta rusa no puede lamentarse de la mala suerte por mucho que lo más probable fuera que el disparo no llevara bala: cuando se juega todos los días a la ruleta rusa, algún día se tiene mala suerte.