Hace aproximadamente quince años recibí mi primer porrazo policial Chispas. Había una manifestación por la libertad de los insumisos presos. Yo no participaba en la manifestación: venía de clase e iba caminando con unos amigos hasta un bar donde daba un concierto otro amigo. A varios nos cayeron porrazos por pasar por ahí. El que me cayó a mí fue al grito de “¡Y tú qué miras!“: me merecía un porrazo en la espalda por mirar, claro que sí. La policía se bajaba de furgones, repartía estopa a diestro y siniestro y a quien le gustara bien. que a quien no le gustara, porrazo de propina. Al día siguiente una escueta columna en El País valoraba la violencia policial diciendo que “según los vecinos, la policía se había contenido mucho“. Una amiga y yo enviamos una carta al director explicando la otra versión, la de quienes no habíamos visto precisamente contención policial, pero la carta nunca vio la luz.
Es una de tantas historias sobre la complacencia que los medios españoles han dispensado a la violencia policial. En las manifestaciones contra la guerra de Irak, hace siete años, la violencia de la policía de Acebes fue constante y muy dura. Era difícil no volverse a casa con la marca de un bolazo de goma en cualquier parte del cuerpo, en la Puerta del Sol el Rodilla se convirtió en un hospital de campaña improvisado para víctimas de las agresiones policiales. Los medios de comunicación volvieron a callar casi unánimemente. Una persona que trabajaba en Telecinco me contó la cantidad de imágenes que tenían en archivo sobre agresiones brutales de la policía a los manifestantes que nunca verían la luz. Pero alguien grabó ésta y empezó a difundirse con dificultad por internet:
Hoy el fenómeno es imparable: en toda manifestación hay cientos de cámaras. Si la policía infiltra a alguien para que empiecen los incidentes desde el lado de los manifestantes, alguien lo habrá fotografiado saliendo del furgón. Si algún imbécil lanza una piedra a la policía, algún vídeo saldrá. Si la policía pega con saña a ciudadanía pacífica, se verá en cientos de vídeos. Si frente a las porras sólo se ofrece como resistencia sentarse en el espacio público, lo veremos a los pocos minutos. Si la policía destroza a porrazos una peligrosísima silla de ruedas, pronto habrá fotos que lo demuestren.
Se ha acabado el tiempo de las complicidades inocuas. Las ruedas de prensa de los ministros o consellers de Interior ya no son la dosis de consigna que al día siguiente repetirán como loros quienes se apuntan a la razón de Estado. Cuando escuchábamos ayer a Felip Puig, conseller de Interior, explicar que había 37 mossos heridos sabíamos que era mentira, salvo que tuvieran la muñeca torcida de tantos porrazos. Cuando le oíamos defender la prudencia policial, olía a cobardía e indecencia a 600 kilómetros. Cuando decía que había esperado una respuesta “menos pacífica” de la ciudadanía, demostraba que era mentira todo el resto de su comparecencia, incluida la parte de los mossos heridos.
A partir de ahora será muy difícil implantar la mentira como verdad por parte de los responsables de golpear a la ciudadanía cuando ésta ejerce pacíficamente como tal. Faltan pasos: la verdad que hoy es indiscutible no es ya suficiente. Falta que dimita uno, sólo uno, de los responsables de la violencia injustificada contra la ciudadanía. Puig tiene que ser el primero aunque sólo sea porque a la violencia ha añadido la mentira y la cobardía. Y después de las dimisiones tiene que llegar algún día en que sea juzgado y condenado aquel que, teniendo como obligación la defensa de los derechos de la ciudadanía, los viole a porrazos y haga de la política de seguridad una mera política de represión de la ciudadanía.
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