Hace dos días Rafa Escudero ve que le llaman desde un teléfono que no tiene en la agenda. Es su editor, Manuel Fernández-Cuesta, que no llama desde el teléfono de siempre: «Este es mi número personal: ya no tengo el teléfono del trabajo«. Manuel le cuenta a Rafa que le han despedido de Península, la editorial desde la que tan buenos libros ha sacado en estos años. Planeta ha tomado el control de Península (casi clandestinamente, como quien crece con cierta vergüenza: aquí cuentan muy bien la operación) y lo primero que hacen es cargarse al director, a Manuel Fernández-Cuesta. El despedido no parecía preocupado: estuvo muy cachondo, cuenta Rafa Escudero. Los revolucionarios son necesariamente alegres.
No conocí físicamente a Manuel Fernández-Cuesta. Sólo cibernéticamente. «Estoy preparando un artículo sobre Gramsci para dentro de un par de semanas, a ver si te gusta» contestó a algún tuit mío sobre el comunista italiano. Fue «Gramsci y la nueva hegemonía cultural«. Como en otros artículos (permitidme la recomendación de los estupendos «Robespierre y el imaginario constituyente» y «Lenin y la organización de las emociones«) Fernández-Cuesta mostraba su profundo conocimiento histórico y filosófico; como buen materialista no se agarraba a sus lecturas como a oraciones a recitar sino como herramientas para hacer bricolaje con el mundo que le tocó ayudar a cambiar. Como editor sospecho que no soy consciente de cuánto me habrá influido: los editores impactan discretamente. Ayer mismo, leyendo las alegres (la tragedia y la alegría, siempre de la mano y haciéndose pasar por cosas distintas) palabras de otro amigo, otro amigo también de Manuel Fernández-Cuesta y otro Rafa, Rafael Reig me enteré de que Fernández-Cuesta ideó su genial Manual de Literatura para Caníbales. Como el Desinformación de Pascual Serrano. O más recientemente nos trajo la iluminadora biografía de Robespierre de Peter McPhee. Uno casi nunca sabe cuánto conoce a la gente realmente importante.
Planeta lo había echado. No era, no podía ser, una cuestión económica: sólo política. Fulminantemente. Discretamente, creo que sólo Javier Valenzuela mencionaba ayer su reciente despido, Manuel Fernández-Cuesta echaba algo de luz sobre los límites de la libertad de imprenta en el capitalismo: Planeta se hace con el control de una editorial más que sumar a su imperio de editoriales, premios amañados, cadenas de televisión, radios, periódicos… de La Sexta a La Razón pasando por Avui o lo que se tercie. No hace falta un dictador que despilfarre fondos públicos en censores con plaza de funcionario si la libertad de imprenta se concentra en muy poquitas manos, en manos mucho más poderosas que las de ningún dictador: esos grandes empresarios son los que quitan democracias y ponen dictaduras o disfrazan de democracia una dictadura según los intereses de cada momento, cómo no van a quitar y poner editores, autores, lo que quieran.
El último artículo publicado en vida por Manuel Fernández-Cuesta disparaba contra la Transición poniendo en la diana a Adolfo Suárez, el mediocre trepa que «juró cargos con diferentes chaquetas y todas le sentaban bien». Cuenta esta mañana Rafa Escudero que precisamente el libro que acababa de terminar para la Península de Fernández-Cuesta (que saldrá en septiembre) dispara contra el mito republicano de nuestra Transición cortesana. Hasta el último momento mostrando en qué consiste esta farsa democrática mientras vivía sin hacer ruido la evidencia de la ausencia de libertad de imprenta.
Me contaba ayer Rafa Escudero que habían terminado la conversación telefónica, desde ese teléfono personal que ayer no cogía a quienes le llamaban, citándose para tomar unos vinos la semana que viene. Las obras de los grandes hombres no merecen quedar inconclusas. Y conociendo a Rafa, esos vinos van a caer.
Manuel es,era,aún me equivoco al decirlo, una representación de los antiguos editores,de los que miman,aconsejan y guían a sus escritores.Pero sobre todo era una persona generosa. Generoso con sus enormes conocimientos, que repartía sin prepotencia, animandote a saber más, con los libros que regalaba cada vez que te veía, con las comidas, la bebida, el tabaco. Los que tuvimos la enorme suerte de conocerle echamos ya de menos todo lo que podríamos haber disfrutado a su lado. Y junto a María Toledano. Nos quedan sus libros y el compromiso que podemos hacerle de mo caer en la política vacía, sino llena siempre de buenas ideas.