Mañana comienza el juicio por los atentados del 11 de marzo casi tres años después de que unos asesinos decidieran que ciento noventa y dos inocentes murieran y muchos cientos quedaran heridos. Se sabe sobre aquellos atentados mucho de lo que es relevante para la colectividad, aunque no todo. Ayer, por ejemplo, supimos que en 2002 los cuerpos de seguridad españoles que de forma ilegal interrogaron a presos en Guantánamo ya preguntaban por Jamal Zougam, uno de los acusados por los asesinatos; es decir, el Estado seguía la pista de este hombre desde dos años antes sin la eficacia suficiente para detener el atentado y salvar tantas vidas, ni, según la versión del Gobierno que ordenó aquellos interrogatorios, para sospechar una vez cometido el atentado del terrorismo religioso islámista. Extrañamente, el tribunal, que se ha mostrado magnánimo para que comparezcan personas que estaban en la cárcel cuando se produjeron los atentados, ha impedido que testifiquen quienes ordenaron aquellos interrogatorios: los gobernantes españoles de aquellos años parece que algo tienen que aportar por muchas razones.
Por lo que parece, sí quedan algunos cabos sueltos que lógicamente preocupan a las víctimas, que son las que más ansias tienen de conocer exactamente cómo pudieron unos canallas arrebatarles a sus seres queridos y que son quienes más harán porque hasta el último culpable pague lo que la ley permite (y, comprensiblemente, si por ellos fuera un poco más). Probablemente el último detalle no se conocerá jamás, pero en líneas generales sabemos bastante, entre otras cosas porque hemos visto otros atentados posteriores en Londres y en Bombay tremendamente parecidos que aclaran las dudas que algunos intentan introducir con la firme voluntad de enmierdar (por ejemplo: la supuesta incapacidad de unos moritos de lavapiés -definición racista con la que se refieren a los terroristas- para organizar un atentado como el 11-M quedó respondida al conocer la autoría de los atentados londinenses del 7-J por gente de perfiles similares).
Desde pocas horas después de los atentados se vio lo que ha pasado día a día durante estos tres años: una porción que ni es pequeña ni es irrelevante de nuestra sociedad decidió que lo primero era atender a sus intereses políticos, mediáticos y económicos dejando en un último plano, y sólo en la medida en que fuera compatible con esos intereses, a las víctimas. Hemos visto inventos ridículos para arrimar el ascua a la sardina de periodistas y políticos mentirosos: hemos visto orquestas mondragón, imprentas bilbaínas, ácidos bóricos, se han buscado debajo de las piedras coincidencias que permitan introducir dudas a quien las quisiera albergar,… Todo sin contar con el daño que se hiciera a las víctimas, que añaden a su dolor el ver cómo a algunos no les importa hurgar en las heridas que más respetadas debieran ser.
Por razones que no vienen al caso estuve en una concentración de los famosos peones negros haciendo fotos y hablando con algunos de los allí presentes. En general eran una panda de borregos que ni habían oído hablar del ácido bórico (en la época en que más se hablaba de él). Uno les preguntaba por qué estaban allí y balbuceaban que es que… querían saber: pero no sabían ni lo que defendían quienes allí les convocaban. Otro sector más minoritario eran cuadros medios del partido, que sabían lo estrafalario del asunto y no encontraban forma de justificarlo más allá del “bueno, pues que se investigue” como si los demás quisiéramos que se ocultase información relevante. Pero lo crucial era que a esta gente se le preguntaba que si habían pensado en si tal o cual gesto que hacían con la imagen de una víctima era consentido por los familiares de esa víctima en concreto y contestaban que no se les había ocurrido ponerse en contacto con ellos. Las víctimas les daban, les dan, exactamente igual siempre que no se pueda sacar partido de ellas. Fue así desde que se conoció el atentado, desde que se calculó su rendimiento electoral, hasta ahora; y nada hace pensar que durante el juicio no vaya a seguir siendo así.
Por eso elaboran y amparan unos inventos que articulan la defensa de los terroristas. Hoy por hoy, los inventores de la teoría de la conspiración y quienes la defienden, no sólo se están forrando ignorando el potencial sufrimiento de las víctimas. Además han dado portadas, argumentos y halagos a quienes hicieron posible la masacre. Puestos a elegir entre las víctimas y los terroristas están ayudando… a quienes mejor les sirva para defender su chiringuito. Es la primera vez que pasa algo así en España, pues nunca nadie se ha atrevido a llegar tan lejos.
Posiblemente el juicio permita cerrar alguna herida. Las víctimas llevan mucho tiempo trabajando para que se llegue al juicio y se condene a los culpables que conocemos: sería maravilloso que les ayude en algo, pero es muy probable que estas semanas les remuevan demasiado. El juicio va a ser largo y provechoso para los miserables: el hecho de que la segunda emisora de Telemadrid se disponga a retransmitir íntegro el juicio muestra claramente que algunos lo afrontan con la firme voluntad de sacar de él la mayor tajada posible. Utilizarán todo lo que puedan para decir que ellos sí que quieren saber: dado que pasan de las víctimas, no son conscientes de que les están diciendo a ellas que quienes no son peones no quieren saber: que hay cientos de víctimas que no quieren saber quién mató a sus seres queridos. Pero les da igual: antes de que se crearan los peones negros les gritaron que se metieran sus muertos por el culo… les da igual el sufrimiento de las víctimas porque no pueden sacar tajada de él.
El juicio va a ser muy duro para quienes todavía se conmueven al recordar el 11-M. Y si algo tenemos que haber aprendido en estos casi tres años es que no todos íbamos en esos trenes: tengamos la mínima humildad para entender que sólo iban unos cientos de seres humanos y son ellos, ellas y sus seres queridos con quienes debería volcarse la parte de la sociedad que todavía mantenga una cierta decencia.
Lo único bueno del juicio es que dentro de unos meses ya habrá pasado.