Cuesta opinar sobre lo que ocurre en Londres. No llegar a un simplista “estoy a favor” o “estoy en contra” como si se tratara de un partido de fútbol, eso no cuesta nada. Cuesta interpretarlo con un mínimo de información. Si nos fiamos de las crónicas que recibimos los incidentes son el resultado de una locura colectiva, sin organización previa ni aspiraciones finales pero con una red de contactos con blackberrys. Este punto no cuadra: si no hay organización, ¿cómo usan el programa de mensajería de blackberry (excelente para redes rebeldes por no ser descifrable por la policía), que no es una red social sino que exige tener previamente el contacto del otro?

Por poner un ejemplo muy distinto: la red que se está tejiendo en torno al 15M sí partía de organización previa (múltiples reuniones de lo que luego sería el colectivo Democracia Real Ya) pero sobre todo mantuvo en Sol un punto físico en el que conocernos, desde el que convocar las distintas asambleas, comisiones y grupos de trabajo y usa sobre todo las redes sociales (twitter, facebook, N-1) como instrumento de comunicación: y para ello, a diferencia de para usar la mensajería de blackberry, no hace falta contacto previo sino simple voluntad e inteligencia para desenmascarar impostores rápidamente.

Más allá de la desconfianza que suscitan los detalles de la información que vamos recibiendo sí parece que hay algunas cuestiones que se quieran ignorar o no, hay que atender. Por ejemplo que el origen de la revuelta esté en Tottenham no debe de ser casual: es el barrio con los peores índices de paro (20%) y pobreza de Londres y la octava zona del Reino Unido en desempleo. Habrá quienes quieran ver en eso una casualidad, pero el resentimiento social se produce y se acumula y, o se organiza  en provecho del cambio social o estalla desorganizadamente o incluso traza el camino hacia el fascismo.

Otras cuestiones que se están diciendo son errores que en no pocas ocasiones se pueden deber a la ignorancia. Se dice que si tienen blackberrys o entran en tiendas de Apple a robar ipads deben de tener las verdaderas necesidades cubiertas. Como si hubiera verdaderas necesidades. Las necesidades de los humanos son sociales: la cultura en el ser humano es mucho más poderosa que la biología. Tan es así que puede haber quien muera de hambre teniendo un pedazo de carne si carece de instrumentos para cocinarla: la biología pide y acepta que comamos la carne cruda; la cultura nos dice que necesitamos cocinarla y puede llegar a sobreponerse a la necesidad biológica. De un modo menos dramático pero con parecido arraigo un determinado modelo cultural asociado al sistema económico puede haber generado la necesidad de tener instrumentos tecnológicos. De hecho la carencia de tal necesidad de instrumentos tecnológicos o comunicativos suele ir asociada a la pertenencia a un subgrupo social en el que se usan menos: también es cultural. Así que hablar de necesidades como si éstas fueran sólo comer y vestir (necesidad que también es cultural, especialmente en verano) es fruto probablemente de la escasa formación antropológica. Que los asaltos de tiendas se centren en comercios tecnológicos debería darnos una pista para, al menos, preguntarnos con un poco de profundidad sobre el origen de un comportamiento sorprendente.

Otras de las cosas que se están diciendo (como en otras revueltas similares) son sencillamente hijas del racismo: se habla del modelo multicultural británico frente al de integración francés y se dice que ambos habrían fracasado (algo que ya se repitió con el 7-J londinense). Para agarrarse a ello se introduce un concepto ya arraigado que es el de inmigrante de segunda (o incluso de tercera) generación como si ser inmigrante no consistiera simplemente en desplazarse de un lado a otro y eso, a diferencia del tono de piel, las fortunas económicas y algunas enfermedades, no se hereda. Pero con tal de no hablar de conflicto social hay que inventarse categorías que nos lleven a un supuesto conflicto racial o nacional mucho más provechoso para el statu quo. Si añadimos sutilmente la reiteración de que son bárbaros, que estamos ante la barbarie… todo ello sinónimo de que lo que sucede es obra de extranjeros (eso son los bárbaros), la idea cala poco a poco.

Hay mucha información de la que carecemos sobre Londres: posiblemente no sea fruto de un complot mediático sino de que efectivamente faltan datos y formación. Las apabullantes imágenes que nos llegan se parecen más a las de las revueltas árabes en las que hay más violencia y cuyos dictadores también califican a los manifestantes como delincuentes comunes e incluso sacan el comodín del terrorismo como hace Al Asad estos días. Pero sabemos poquísimo y lo poco que sabemos hace incomprensible que una reacción tan intensa perviva durante cuatro días e incluso se expanda por otras ciudades británicas. No pasa nada por, de momento, entonar un “no sé” aunque tengamos la necesidad de opinar sobre todo.

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