Ética y Moral de El Corte Inglés

Ayer se montó un importante cisco en las redes sociales a cuenta del libro que tenéis en la foto. Su título es “Comprender y sanar la homosexualidad” y su autor tiene otro libro titulado “Blandir la espada” por lo que podemos deducir que el hombre tiene una relación compleja con su pene. La foto es de la web de El Corte Inglés que catálogaba el libro en su sección Ética moral (como si hubiera ética no moral: ambas palabras significan exactamente lo mismo sólo que ética tiene origen griego -ἠθικός- y moral tiene origen latino -moralis-: por razones que se me escapan han adquirido connotaciones distintas y parece que adjudicamos a la moral mayor carga religiosa y a la ética un origen más laico y racional). En las redes sociales se montó un cierto escándalo que llevó a denunciar que tanto El Corte Inglés como La Casa del Libro (en Psicología y Pedagogía) como Amazon (que no tiene secciones) vendían el libro homófobo.

Si yo tuviera una librería probablemente tendría una estantería para libros fascistas, xenófobos, homófobos… Creo que tiene su interés ver qué herramientas argumentales usa esa gente. Incluso en mi casa tengo algunas cintas de vídeo de películas como Raza, Franco, ese hombre, Sin novedad en el Alcázar… que pude comprar hace tiempo cuando me interesaba bastante el estudio del cine fascista español. No quiero que sea imposible comprarlos y por tanto mi inquietud no es que estas tres librerías vendan el bodrio. En el caso de La Casa del Libro mi única inquietud es que lo venda como Psicología y Pedagogía dándole un barniz de respetabilidad científica: colocar ahí el libro es una estafa al lector incauto. Pero nunca he intentado comprar un libro en La Casa del Libro y me he encontrado con dificultades por criterios políticos por lo que me parece bien que allí se pueda comprar todo libro que se publique. Nunca he comprado ningún libro en Amazon (no por nada, sino porque mi librería de cabecera es ésta y aquí es donde compro o encargo los libros que quiero). En cuanto a El Corte Inglés, no les compro nada por principio pero mucho menos libros, pero sí es fácil comprobar que aplican criterios políticos a la hora de vender o no tal o cual libro: resulta muy recomendable leer lo que contaba Javier Ortiz (reproduzco abajo los párrafos sobre El Corte Inglés y compañía) sobre cómo El Corte Inglés impidió que en sus estanterías hubiera un sólo ejemplar a la venta del libro (muy recomendable) Zaplana, el brazo incorrupto del PP. El Corte Inglés a veces sí considera inadmisibles ciertos contenidos, por lo que debemos suponer que la curación de la homosexualidad entra dentro de lo admisible, dado que lo vende.

Resulta curioso que no se haya sacado del ejercicio de la medicina a tipos como Aquilino Polaino (el psiquiatra que explicó en el Congreso que la homosexualidad era una terrible enfermedad) ni de la política a la gente del grupo popular que lo llevó al Congreso o a Duran i Lleida que defendió a quienes se amparan en la medicina para estos tratamientos genocidas (por cuanto pueden generar “lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial“).

La publicación y venta de libros que acompañan el horror sólo sirve para identificar dónde se ubica El Corte Inglés: hay que tapar las denuncias a corruptos de derechas pero promocionar la homofobia como una opción de ética moral es razonable. El Corte Inglés está en sus prácticas laborales en la extrema derecha y parece que también en sus prácticas comerciales.

El problema no es el libro (que llevaba a la venta desde 2004 sin que nos enterásemos) sino el tejido homófobo que no sólo no perseguimos sino que lo financiamos con 10.000 millones. Un libro de contenido análogo podría estar firmado por Joseph Ratzinger o por Rouco Varela en vez de por este señor de conflictivo pene y no nos resultaría escandalosa su venta (sí que pusieran por escrito lo que piensan estos tipos).

¿Se debe poder escribir y publicar cualquier cosa? Reconozco que es un asunto espinoso sobre el que tengo muchas dudas. Pero de lo que no tengo ninguna duda es de que no deben ser empresas privadas quienes delimiten qué sea publicable y vendible y qué no. El libro en cuestión bien podría ser denunciado en los juzgados del mismo modo que se podría denunciar un libro que propusiera curar a los negros o judíos de lo de ser negro o judío. Y abrir la puerta de lo que no es publicable, expresable, escribible… me parece terriblemente peligroso (salvo en el caso en que se cometan delitos contra otros, como con las injurias, amenazas,… y la homofobia como el racismo lo hacen de forma abstracta). Complejo tema, oye, ante el que sólo hay una certeza: que comprar libros, cualquier libro, en El Corte Inglés es motivo suficiente para ser castigado media hora de cara a la pared.

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El texto de Javier Ortiz que merece mucho la pena sobre El Corte Inglés, los libros y la libertad de expresión es éste:

Lo primero que tengo interés en comentar es que este libro ha sido objeto de una muy particular persecución. No seré yo quien asigne a El Quijote lo del “ladran, luego cabalgamos” (frase que, por más empeño que he puesto, jamás he encontrado en la celebérrima obra de Cervantes), pero sí podría recurrir a otra cita algo más de andar por casa (y ésta sí, comprobada): “el que se pica, ajos come”.

Don Eduardo Zaplana, caballero no muy andante, paladín de las Tierras Míticas, se ha movido todo lo que ha podido y un poco más para que este libro no esté en los estantes de algunos grandes almacenes que, Opus Dei mediante, profesan pleitesía a su partido y a su persona.

Quisiera decir un par de cosas sobre esos grandes almacenes, que no tengo ningún inconveniente en identificar: hablo de El Corte Inglés.

No sé si se habrán fijado ustedes en que la casi totalidad de los grandes periódicos españoles llevan todos los días una página entera de publicidad de esa gran empresa. Si prestan ustedes atención al contenido de sus anuncios, que puedo asegurarles que le salen carísimos, verán que casi nunca anuncian nada. Dicen cosas tan apasionantes como que están de rebajas (cuando todo el mundo está de rebajas), o que ya es primavera (aunque todavía no sea primavera).

La razón fundamental por la cual esos grandes almacenes se gastan un pastón en anuncios tan triviales (que no sólo salen en los periódicos, sino también en todas las radios, las televisiones, las revistas, etc.) es porque, gracias a esa onerosísima cartera de publicidad, tienen cogidos a todos los medios importantes por salva sea la parte.

Hace escasas semanas hablé con un muy alto responsable de un importante periódico y le conté que El Corte Inglés había decidido no vender el libro de Grimaldos. Que lo estaba boicoteando, sin más. “¡Acojonante!”, me dijo. “¡Hay que sacar algo sobre eso!”

A lo peor es que soy muy mal lector, pero me da que ese periódico no ha dicho ni pío sobre el asunto. ¿Por qué? No lo sé, pero me atrevo a aventurarlo: porque fue convenientemente informado del dineral que podría perder si esos grandes almacenes se le cabreaban y le declararan la guerra.

Quizá algunos de ustedes sepan que fui durante muchos años subdirector del diario El Mundo y jefe de su sección de Opinión, de la que acabé dimitiendo por razones de escandalosa incompatibilidad ideológica. Podría escribir decenas de páginas sobre cómo algunos grandes anunciantes se creen con derecho a interferir en la línea editorial de los medios. ¿Y cómo se creen con ese derecho? Por una buena razón: porque los propietarios de los medios se lo reconocen. ¿Se piensan ustedes que Endesa, o Iberdrola, o el Banco Santander, o el BBVA, o Repsol, o Caja Madrid, o Renault, o la Fiat, patrocinan carísimos coleccionables porque se les cae la baba por las 100 películas del siglo XX, o porque no pueden reprimir su pasión por los grandes museos del mundo, o porque están enamorados de la vajilla de Chillida, el célebre vendepeines de los vientos, o porque quieren compartir con las masas populares la belleza de los cubiertos de Mariscal?

Pagan para tener contrapartidas en forma de noticias bien sazonadas y de editoriales amables. Y para que no se publique lo que no les conviene que se publique.

Hasta para presentar un libro impertinente puede haber problemas. Hoy estamos aquí –y quiero agradecer muy sinceramente la hospitalidad de la Asociación de la Prensa de Madrid, de la que, dicho sea de paso, no formo parte– porque en el lugar donde habitualmente presentamos nuestros libros decidieron, en este caso, precisamente en este caso, ponerse bordes y plantearnos exigencias absurdas, que nos obligaron a mandarles a freír espárragos.

La vida está muy complicada. Créanme.

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