Se está difundiendo mucho por la red el vídeo de la entrevista a Gabriel Elorriaga en el que explica que lo de hablar con ETA no está tan mal si es un gobierno pepino el que lo hace (1). Lo dice con otras palabras no mucho mejor elaboradas: «Bueno, hablar con ETA no sé lo que es. Es decir, si ETA anuncia su voluntad, digamos definitiva de abandonar las armas supongo que eso se canalizará de alguna manera, ¿no?». Llevan tres años sacando el odio a la calle, utilizando a víctimas del terrorismo (y disfrazando de víctimas a quienes no lo son), llamándonos cómplices de todo tipo de asesinato a cualquiera que no siguiese los dictados de los Alcaraz, los Jiménez Losantos, los Aznar, los Rouco. Y lo han hecho a pesar de que saben que si ETA anuncia el cese de la violencia («digamos definitiva») habría que dar paso a la enésima negociación.

No es la primera vez que nuestra derecha genera un odio infame entre sus huestes para unirlas y auparse al poder y que la cuestión por la que se debía odiar se convierte en irrelevante o incluso en bandera de la derecha cuando llega al poder. Hemos tenido recientemente el caso de contorsionismo intelectual de Miguel Sanz en Navarra, que en cuanto ha visto la posibilidad de seguir gobernando ha pasado de convocar manifestaciones contra un posible gobierno navarro dirigido por el PSOE que vendería inevitablemente navarra a ETA a señalar la tradicional responsabilidad de los socialistas navarros para quienes guarda un hueco en el gobierno foral. El caso más chusco, con todo, fue el de Aznar en 1996: tras fomentar el siempre sencillo odio a todo lo catalán («¡Pujol, enano, habla castellano!», decían emocionados sus pupilos) y anunciar que la gestión del 15% del IRPF que se había cedido a la Generalitat era una forma de descuartizar España, pasó a hablar catalán en la intimidad y pactar la cesión del 30%.

La inmensa mayoría de dirigentes políticos se saben actores. Representan un papel. Pocos recuerdan hoy que cuando Zaplana fue nombrado Ministro de Trabajo ejerció el papel de ministro moderado, el ala centrista del PP, dialogante, contemporizador… Del mismo modo, López Garrido cuando era portavoz parlamentario de IU ejerció el papel de político independiente, crítico con las direcciones de la coalición: no se callaba una discrepancia,… hasta que llegó al PSOE donde no se le conoce un matiz al discurso del partido siquiera superficial. Son actores de un espectáculo. Pero cuando fomentan un odio, que para ellos son meros fuegos artificiales, éste es recogido por sus seguidores con auténtica pasión. Durante estos meses, muchos fanáticos se han creído efectivamente que el matrimonio homosexual suponía una persecución a la familia, a los heterosexuales, a la Iglesia; que se rompía España por un estatuto de autonomía (y que eso era gravísimo); que «zETAp» se estaba rindiendo ante «la ETA» para pagar favores por el 11-M…

Los actores cambian de personaje en cuanto el guion lo exige: ved si no a Elorriaga, que en un descuido ha cambiado de discurso antes de que lo indicara el guion. Pero los espectadores se siguen creyendo la historia. El otro día me contaron cómo una conocida que iba a ir a vivir a Barcelona se negaba a aprender catalán como una cuestión de principios (aunque decía saber que no iba a conseguir trabajo por ello): aquel «Pujol, enano, habla castellano» cuajó: los fieles permiten que Aznar lo hable en la intimidad, que negocie Elorriaga con ETA,… pero el odio permanece latente para cuando sea menester sacarlo a pasear. Quienes han sido llevados a la calle como marionetas a exponer el odio que los actores interpretaban pensaban que ese odio era una cuestión de principios y se los han creído.

Son actores que juegan con fuego: el problema es que los actores sólo juegan y los fans se quedan con el fuego.

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(1) El vídeo fue recogido ayer por Neto Ratón 2.o y Escolar, al menos.