He leído todo lo disponible sobre la imputación a Oltra.

El Tribunal y la fiscalía reconocen que no tienen pruebas. Dicen que tienen indicios indirectos. El único indicio que encuentro es que todos los funcionarios dicen que Oltra no tiene nada que ver con el caso. Y que, por tanto, dice la fiscalía algo tendrá que ver, porque es mucha casualidad que todos los funcionarios digan lo mismo.

Esto hace que la testifical sea una prueba diabólica. Si algún testigo dice que Oltra intentó que no se investigara, tenemos indicios de que intentó que no se investigara (lo dice un testigo). Si todos los testigos dicen que Oltra no intentó que no se investigara, también tenemos indicios de que intentó que no se investigara (¡qué casualidad! ¡eso tiene que estar coordinado!). Así que digan lo que digan los testigos, su testimonio lleva a la culpabilidad.

Ojo, esto no tiene nada que ver con la credibilidad de la denunciante. He leído por ahí que dónde estamos los del «Hermana, yo sí te creo«. Por lo que se conoce, el caso es complejo pero hay una condena por abuso. Está recurrida y supongo que pronto habrá sentencia firme. Pero que hubiera abuso es una cosa; que los trabajadores del centro intentaran taparlo y que lo hiciera por orden de Mónica Oltra es otra y eso no lo dice la denunciante ni ningún testigo. Eso es sobre lo que no encuentro razón alguna para dudar de la palabra de Oltra. O lo que es lo mismo: o alguien es capaz de enseñar algún indicio menos creativo o estoy plenamente convencido de su inocencia.

Desde 2014 la derecha (político-mediática) ha emprendido un acoso contra la izquierda y singularmente contra los nuevos espacios políticos emergentes (lo que llamábamos «espacio del cambio«). Se inventaron querellas falsas (desde aquella contra Tania Sánchez hasta la última contra Sánchez Mato y Celia Máyer, pasando por las decenas de inventos sobre la financiación de Podemos o recientemente los de Almeida y sus socios contra Más Madrid), organizaron cacerías por tuits antiguos…

El objetivo: que todos parezcamos iguales. Son conscientes de que su imagen de ciénaga corrupta y mafiosa es (justamente) irreversible. Así que, en vez de intentar limpiar su imagen, buscan enfangar la de todos. Para ello no les importa destruir la vida de gente. Nos consideran sus enemigos. Qué más da destruirnos. Mejor.

Una parte de la culpa es nuestra. Y lo asumo en primera persona porque en aquellos años fui de los que intentó poner un límite objetivo de lo aceptable: la imputación. ¿Por qué pusimos ese límite? Porque el objetivo era limpiar la política de corruptos y sinvergüenzas. También de corruptos y sinvergüenzas en la izquierda (eran los años de los ladrones de Cajamadrid, por ejemplo). A diferencia de nuestra derecha, muchos de nosotros hemos demostrado que cuando el corrupto está cerca lo denunciamos con más energía que cuando está lejos (un saludo, Moral Santín). Pero no puedes poner en un código ético que los corruptos y sinvergüenzas se tienen que ir. Va de suyo, pero todo el mundo niega ser un corrupto y un sinvergüenza. Así que lo establecimos en la imputación. Y lo hacíamos gente sin ninguna capacidad de forzar la imputación de nadie porque no teníamos recursos ni medios para emprender cacerías judiciales incluso en el caso de que estuviera en nuestro ánimo.

En realidad, lo suyo sería tener claro que cuando hay razones para pensar que alguien está usando la política para delinquir, tiene que apartarse. Pero eso es incompatible con la irracionalidad de una política (incluyendo la mediática) que combina los principios de la mafia con la incapacidad para el juicio racional del forofismo futbolero. Al tiempo, el límite de la imputación hace tiempo que no se aplica. Hay casos en los que el hecho de que el delito haya prescrito (Ayuso en Avalmadrid y Pablo Casado en el Máster) ya vale para declararse impoluto y pasar a la ofensiva. Probablemente nunca nadie sea imputado por los protocolos que provocaron la muerte de 7291 ancianos sin recibir asistencia médica en Madrid: como no hay imputaciones, no pasa nada, los responsables pasan a ser héroes.

No es fácil encontrar una solución, pero a estas alturas la defensa de la decencia más sólida que tenemos no es el criterio objetivo de la imputación sino los datos, la información y los argumentos: sabiendo que estos topan con el fanatismo y la propaganda, pero no tenemos mucho más.

Conseguir que imputen a alguien es relativamente sencillo. Basta una querella medio bien armada jurídicamente y un juzgado que no tenga como prioridad evitar que se use la justicia para acosar al rival político con denuncias sin ninguna solidez. Así que la derecha más mafiosa (desde Manos Limpias a Almeida, pasando por España 2000 y Vox en este caso) emprende querellas que saben que no llegarán a nada porque lo importante no es condenar a un culpable sino apartar de la política a un enemigo.

Hay otro error que hemos cometido. No ser suficientemente firmes frente a este ataque. Cada uno de estos ataques es demoledor. Lo es contra las personas a las que se ataca, cuya destrucción humana les da igual a los atacantes. También lo es contra el partido, el gobierno, el espacio… en el que está la persona atacada. Por eso muchas veces, pensando sólo en el presente más inmediato, se ha decidido entregar la pieza. Quitar competencias a un concejal porque se le ataca por unas bromas en twitter antiguas (encontradas a cambio de dinero cuya procedencia es dudosa, por cierto), apartar a personas por acusaciones que quedaron en nada… y que ya sabíamos que quedarían en nada cuando las apartábamos.

Para la gestión de cada ataque, entregar la pieza es útil. Muerto el perro se acabó la rabia. Supone, por nuestra parte, tanta desconsideración por la persona como la que tienen los atacantes: es sólo un medio para el partido y cuando el ataque es eficaz la persona resta más que suma. Pero eso le ha mostrado a los mafiosos que ese es el camino: atacar, atacar y atacar. Decir mil mentiras, convertirlas en cien querellas, de las cuales diez conseguirán la imputación… e ir acabando con el enemigo (que se entrega ataque a ataque) y como mínimo instalando que todos somos iguales.

No ignoro que el caso en concreto es muy arisco. El origen del caso es terrible y merece toda la prudencia y, sobre todo, el respeto para que nada manche a la chica que estaba bajo tutela, que, pase lo que pase, sólo merece cariño, protección, respeto y compasión. No conocemos su identidad y espero que no se conozca nunca y que pueda construirse una vida lo mejor posible. Los ultras han conseguido su objetivo: imputar a Oltra y generar un ruido asfixiante en un caso grave con un relato repugnante. Y ello en un momento en el que los matices en política sobran.

No ignoro que la gestión del caso es extremadamente difícil. Pero creo que precisamente por la dificultad hacía falta pausar un poco la reflexión. Ojalá pronto haya una decisión que haga justicia con Oltra. Con lo que llaman indicios ahora mismo la fiscalía y el tribunal, no debería ser difícil. No conozco personalmente a Mónica Oltra: pero con los datos que he leído no tengo ninguna razón para dudar de su absoluta inocencia.

Ojalá sepamos construirnos fuertes frente a los ataques de mafiosos y ultras: en la medida en la que sigamos siendo muy importantes para construir gobiernos decentes, modernos y que amplían derechos, libertades y futuro crecerán los ataques en número y en calidad. Si somos irrelevantes, entonces nos dejarán en paz.