La idependencia y la construcción de nuevos países no es ningún fenómeno insólito. En las últimas décadas se ha producido en muchos sitios, especialmente europeos. De hecho, las independencias de los países del este europeo fueron claramente alentadas por Alemania, que veía en la división de estos países una forma de dificultar su desarrollo industrial conduciéndoles a ser clientes de la industria alemana: como el resto de la periferia europea.

Si fuera catalán es posible que me sintiera del todo ajeno a España. No sé cuántos insultos, mentiras, topicazos… tiene que soportar todo catalán que se mueve por el resto de España. Mi madre es catalana, se vino a Madrid hace más de 50 años y la colección que acumula de insultos hacia lo catalán, hacia los catalanes, es inagotable.

La independencia es legítima. Hace unas semanas un concejal madrileño del PP lo explicaba (involuntariamente) cuando criticaba a un obispo catalán: “No aceptan el divorcio, pero sí la independencia”. El símil con el divorcio es muy bueno. Obviamente toda persona tiene derecho a divorciarse de su pareja y del mismo modo todo pueblo si lo decide democráticamente tiene derecho a la independencia.  Pero eso no quiere decir que allí donde veamos una pareja queramos su disolución ni que exijamos que Cataluña se independice ya. Uno puede reconocer el derecho a independizarse y pensar que sería una pésima idea.

La independencia trae cuestiones prácticas. La derecha catalana está apelando a ellas inventándose una arcadia feliz que sucederá cuando suelten las amarras: subirán las pensiones, bajará el paro, los recortes sociales de CiU se convertirán en un estado social que para sí quisieran los antiguos suecos, las porras de Puig se convertirán en flores. Y la corrupción, ese fenómeno tan español que CiU ha tenido que imitar por culpa de no ser independientes, desaparecería de Cataluña.

Más allá de estas tonterías (que recuerdan a lo que iba a pasar en España cuando tuviéramos un gobierno “que dé confianza“), las consecuencias prácticas son otras.

No hay salida a la crisis que no pase por la auditoría de la deuda y el impago de buena parte de ella: de la deuda ilegítima. Y junto a ello habrá que renegociar el resto de la deuda. Es un problema que compartirían la Cataluña independiente y España, pues ambas tienen un altísimo nivel de endeudamiento que lleva a la destrucción del país o a esa reconfiguración de la deuda. Ese impago es conflictivo. Y lo es sobre todo con la banca alemana, que es junto con la francesa la principal acreedora de la deuda pública.

Si mañana el conjunto de España decidiera salir de la crisis y para ello abordara el problema de la deuda tendría enfrente poderosísimos agentes. Le sucedió a Ecuador y a Islandia, por ejemplo, al principio (aunque luego los acreedores vieron que era mejor negociar que quedarse sin nada) con una particularidad: ambas están fuera del euro y por lo tanto están menos sujetas políticamente a los bancos acreedores.

Del mismo modo que Alemania quiso dividir el este europeo para favorecer a su industria, hoy a la banca alemana le convendría el mayor fraccionamiento posible de los estados que tiene atados por la deuda. Sería mucho más complicado plantar cara al poder financiero alemán desde poderes políticos divididos que desde estados más sólidos. Que ese “estado más sólido” tiene que ser muy diferente a esta España que repele la plurinacionalidad y en la que los pueblos (ninguno) no pintan nada es una obviedad; pero que la división de la actual España en varios estados dificultaría la única solución que tienen sus pueblos, que pasa por un conflicto en torno a la deuda, no es menos evidente.

Si mañana se independizase Cataluña e intentase ser “un nuevo Estado en Europa“, ello pasaría por incrementar aún más el servilismo hacia Alemania y la euromafia. Y mientras, España se vería inmersa en una crisis territorial en la que ocurriría lo que está sucediendo en la campaña electoral catalana: que lo nacional está tapando lo social hasta el punto de que CiU aparece como solución tras una legislatura machacando al pueblo catalán. Si queremos impago de una buena parte de la deuda y renegociar el resto la independencia no parece una buena idea. Si queremos mantener la política de recortes y ser perritos falderos cada vez más sumisos del poder financiero alemán, no parece un mal camino.

Los catalanes tienen pleno derecho a tomar sus decisiones. Si deciden independizarse será legítimo, cómo no, pero creo que sería un error que dificultaría para todos los pueblos del sur, incluido el catalán, una salida a la crisis diferente a la que plantean Merkel, Mas y Rajoy.