En este famoso vídeo en el que Tania Sánchez le canta las cuarenta al director de La Razón hay un momento especialmente revelador. Cuando Tania le espeta a Marhuenda que el Partido Popular le suelta a través del gobierno un pastizal desproporcionado en publicidad institucional el director de La Razón le contesta orgullosísimo: «¿Sabes quién me financia? ¡El dueño de esta cadena!«, esto es, José Manuel Lara, dueño del grupo Planeta (min 1:45 del vídeo). Curiosamente no responde «me financian mis lectores» ni nada por el estilo: le financia un empresario que sabe que pierde dinero.

Los medios de comunicación están casi sin excepción perdiendo dinero. La quiebra amenaza a PRISA, ABC, El Mundo, La Gaceta… Cada poco amanecemos con la noticia de que un medio de comunicación inicia un nuevo ERE sin que ello haga que los cebrianes, pedrojotas o marhuendas se sientan fracasados sino que más bien parecen los pavos reales del cotarro, los que parten el bacalao. Y sin embargo sus dueños (esos empresarios que supuestamente no están dispuestos a despilfarrar su dinero; a diferencia del Estado) los mantienen. Llegan incluso a hacer lo que Roures: cerrar Público para recomprárselo una vez desmantelado y con sus trabajadores luchando por cobrar en el FOGASA lo que les debe el empresario. Con esa operación Roures parecía intentar sobre todo que el medio no cayera bajo control de los trabajadores de Público que junto con socios lectores habían (habíamos) creado una cooperativa para editar el medio sin tutelas empresariales ni de ningún tipo. Pero a Roures le valía la pena hacer una oferta de compra altísima con tal de mantener el medio de comunicación (y que no se lo quedasen otros incontrolables). Roures perdió dinero y, sobre todo, prestigio a raudales. Pero parece que le valía la pena.

La construcción de esas ruinas privadas, por cierto, se hizo con un gran impulso público: regalando licencias de TDT, regateando en las sucesivas guerras del fútbol, distribuyendo publicidad institucional arbitrariamente, con sobres (Matas financió Libertad Balear, Bárcenas puso un sobrecito en Libertad Digital), facilitando fusiones, cambios de licencias… o incluso rellenando fiestas como la de La Razón de hace pocos días en la que no faltaron príncipes, ministros y presidentes del gobierno. Incluidos ex presidentes tan insultados en La Razón como Zapatero, pero que acaba de cobrar un pastizal por publicar sus dilemas en Planeta, ese grupo que financia a La Razón. En Madrid tenemos a Ignacio González con un ático en Marbella que, si no fuera porque sabemos del carácter incorruptible del presidente madrileño, parecería un regalo de Enrique Cerezo, el único que fue agraciado con licencias de TDT en todas las demarcaciones madrileñas gracias al entonces vicepresidente madrileño, Ignacio González.

El tinglado de medios de comunicación privados no es económicamente rentable pero tiene una importancia tal que nadie se desprende de ellos. Es más, las peleas por ellos son sangrientas: a veces con focos encima, otras con corruptelas debajo.

Los medios de comunicación son un poder estructural para el control hegemónico. Por eso es tan importante participar en ellos contrarrestando discurso (llamando sinvergüenza, como hace Tania en el vídeo, a quien amenaza con que como gane en las urnas la izquierda habrá un golpe de Estado financiero). No es gratuito hablar de «cuarto poder».

Por eso es crucial la existencia de medios de comunicación públicos. Incluso degradados, privatizados de hecho, apropiados por partidos ladrones. Del mismo modo que los otros tres poderes no están (aún) legalmente privatizados, en democracia el protagonismo mediático no puede estar en manos de grandes empresarios para los que es un gasto absolutamente rentable porque les permite distorsionar la percepción popular del mundo.

Es comprensible que las grandes empresas privadas estén en manos de quienes potencian reformas laborales (que usan, también, contra sus trabajadores), que mientan contra los gobiernos que defiendan intereses populares y no los de sus empresas, etc. Ante eso hay dos posibles contrapesos. Uno son los medios no controlados por grandes empresarios sino por los propios periodistas o, en un caso ideal y extremadamente ilusionante, por los trabajadores y lectores del medio (aprovecho para hacer publicidad de La Marea, que necesita llegar a los 5.000 suscriptores para ser viable sin dependencias bastardas). Los medios populares son uno de los pilares, por ejemplo, que se promueven en América Latina en detrimento de los medios de propiedad privada concentrada en pocas y poderosas manos.

El otro posible contrapeso son los medios públicos. Evidentemente hemos asistido a su putrefacción que hace que mucha gente los vea sólo como un lastre, un carísimo instrumento de la propaganda de un partido que los controla. Incluso de una facción del partido, como en los casos madrileño y valenciano. Pero del mismo modo que no pedimos la privatización ni el cierre del Congreso o del Gobierno como tales por su evidente degradación (y privatización de hecho), lo que tenemos que reivindicar es medios públicos democráticos, no la eliminación de lo poco que hay y que al menos tiene la obligación de informar, mal que bien, de la existencia de diversas opciones políticas inexistentes en las privadas y son susceptibles de ser recuperados para la ciudadanía si cambian las mayorías políticas.

Parece haber entendido esto mejor la derecha que la izquierda. Por eso el gobierno títere de Grecia quiso cargarse la televisión pública, por eso Fabra intenta cargarse la televisión valenciana, por eso a Ignacio González se le pone la mirada vidriosa de emoción al amenazar con el cierre de la madrileña (por culpa de los sindicatos, claro). Los medios privados tienen dueños y no son recuperables por la ciudadanía, sólo son contrarrestables con leyes de medios que prohíban su concentración. Los medios sin potentes tutelas sólo son asfixiables económicamente, hasta ahora. Destrozar los medios públicos es el paso que tienen más a mano en su carrera hacia el fascismo del siglo XXI.

Un país es una democracia si sus poderes son controlados por el pueblo. La pelea por los medios de comunicación no tiene nada que ver con los balances contables sino con la operación de saqueo democrático que viene de la mano del shock neoliberal. Los medios de comunicación son un poder político. Y como tal tienen que ser democráticos. Contra ese horizonte luchan.