De las críticas que ha recibido Jordi Évole por su falso documental sobre el 23F la que me parece más ridícula es la de «sobre eso no se bromea«. No dudo que hubo mucha gente que el 23F pasó mucho miedo (alguno, por cierto, participó en el montaje de Évole). Pero precisamente la gravedad del asunto es lo que permite que una (buena) broma sobre él tenga más altura. Hemos visto Ser o no ser de Lubtitsch, sobre la invasión nazi de Polonia, Teléfono rojo, volamos hacia Moscú de Kubrick sobre la amenaza real de apocalipsis nuclear durante la Guerra Fría o El verdugo de Berlanga. Hay quien prefiere comedias blancas, que no manchan, inocuas… pero felizmente no hemos sucumbido del todo a esa beatería y queremos bromear especialmente sobre las cosas más graves. Quizás para pensarlas mejor, quizás sólo para pasarlo mejor, que no es poco ni malo.

Las críticas hacia el program de Jordi Évole, pues, sólo por cómo era la broma, no por sobre qué era la broma.

Si el programa no hubiera pretendido moraleja alguna, si hubiera sido sólo una broma, creo que no tendría nada que objetar: no habría hecho falta explicar más tras el viaje de la caja blanca del despacho real a la foto del elefante tiroteado que evidenciaba la gamberrada. En tal caso habría sido uno de los millones de espectadores que lo vio en directo, que me lo pasé muy bien, que lo comentaba en varios grupos de whatsapp en los que no faltaba quien se lo creyó. Formalmente me pareció excesivo el paralelismo con el falso documental sobre la Luna poniendo a Garci en el papel de Stanley Kubrick (¡con eso sí que no se bromea!), pero pasé un buen rato, qué caray.

No me lo creí desde pronto pero tengo alguna ventaja. Fui alumno de Jorge Verstrynge y en sus clases no se callaba ni una: recuerdo cuando nos contó que un congreso de Alianza Popular en Baleares no podía arrancar por las mañanas porque todos los delegados se habían pasado la noche en los puticlubs de la isla para indignación de don Manuel. Es sólo un ejemplo: la farsa incluía a demasiada gente como para que aquellos que tenemos conocidos en la política de entonces y hemos leído bastante sobre el 23F no tuviésemos noticia de esa Operación Palace. Según el documental había demasiada gente en el ajo como para que fuera verosímil el silencio de tres décadas. Y era incompatible con el relato el hecho de que TVE no retransmitiera en directo la votación mientras en la ficción se ponía tanto énfasis en una retransmisión televisiva que no ocurrió.

Que pareciera claro el montaje no me hace mofarme tampoco de quienes se lo tragaron, algunas personas bastante inteligentes. De quien sí me descojono es de los prepotentes que se lo tragaron con la altivez de llamar analfabetos a quienes no se lo tragaron:

 

Nada más patético que la prepotencia intelectual tan propia de quienes menos deberían permitírsela.

Pero sí que hubo críticas atinadas al, digamos, arriesgado experimento:

El programa no se presentó como un mero divertimento o producto audiovisual (como el «F for Fake» de Orson Welles o el «Zelig» de Woody Allen, que no necesitaba moraleja ni aclaración) sino que hubo una moraleja, que es con lo que el falso documental pasó a tener cierto peligro.

Como no sabemos nada cualquier conspiranoia es creíble. Y eso no es del todo así. Conocemos muy pocos documentos oficiales, llamadas que fueron grabadas, etc. lo cual, por cierto es un dato: si la información clasificada confirmara la versión de la secta del 78 se habría sacado aunque fuera editada como el primer vídeo sobre el crimen de Ceuta. Pero es que hay bastante investigado, bastantes datos, bastantes reuniones conocidas. Es más, alguna parte del guión (como decía Verstrynge al final), coincide con explicaciones dadas, con argumentos, datos, documentos… por ejemplo, cómo Tejero fue una de las cosas que salió rana, pues un tipo con tricornio pegando tiros en un parlamento impedía blanquear el golpe con una Solución Armada.

La farsa de Évole facilitaba el descrédito de toda tesis que cuestione el relato según el cual los dos militares más monárquicos de España montaron un golpe de Estado de espaldas al rey, que lo paró heroicamente. La farsa podría, por ejemplo, haber ido por otro lado: que el rey hubiera ido al Congreso, a Valencia a pararlo personalmente y por eso hubiera emitido su vídeo tan tarde… ridiculizar la versión oficial que nos pone al rey como salvador de la democracia por lo cual estamos en deuda: al fin y al cabo si se pretende denunciar la ocultación de datos una versión así habría evidenciado que son quienes sostienen una versión concreta quienes impiden que conozcamos los datos que supuestamente la corroborarían.

Ese es mi problema con el programa de Jordi Évole. ¿Sirve para el objetivo declarado (cuestionar la información que recibimos)? No creo. Hace unos cuantos programas (hace un par de años o tres) en un Salvados Jordi Évole mostró a un diputado del PSOE estas imágenes «de unos diputados de Izquierda Unida«:

Obviamente el diputado del PSOE no aclaró nada. Pero tampoco Jordi Évole aclaró que precisamente esa denuncia fue la que hizo que IU rompiera definitivamente con el grupo que había actuado de esa manera, que esa actuación no sólo no era la actuación de IU sino la que separaba de IU a un grupo, es decir, ante comportamientos corruptos IU hizo lo que había que hacer por alto que fuera el coste electoral (que lo fue: hoy en Euskadi IU es decente, pero extraparlamentaria aunque las encuestas permitan pensar en la próxima vuelta de IU al parlamento vasco). Nunca hubo aclaración. Fue manipulación. Como denuncia Jordi Évole hoy, «hay portadas de periódico que en la contraportada no te dicen que es falso«. Ni en la contraportada de aquel programa, ni en posteriores programas al ver el error, ni en twitter ni en su columna de El Periódico aclaró nunca Jordi Évole que aquel programa había llevado a espectadores a entender algo contrario de lo que sucedió. Debería haberlo aclarado si su intención es que sepamos cuestionar lo que vemos en la televisión, aprender a evitar manipulaciones.

Hay estos días muchos debates sobre el programa. Algunos no merecen la pena (aquellos que te señalan como hereje si te felicitas por un buen programa de Jordi Évole -y muchos han sido muy recomendables-). Otros me interesan más como la veracidad que tiene después quien mintió una vez (y lo aclaró): ese me interesa pues siempre he sospechado, por ejemplo, de los periodistas que se prestan a protagonizar anuncios, pero por otra parte no me creo capaz de pedir a nadie que no bromee nunca. Ahí hay uno de los dilemas interesantes que planteó el programa. Quizás por los debates interesantes suscitados el programa valió la pena: más allá de la audiencia, no recuerdo muchos programas televisivos que hayan suscitado debates, dudas, cuestionamientos. Bienvenidos sean.

Y en cuanto al contenido concreto del falso documental, el 23F es uno de los dogmas de fe que mantiene en pie a la religión del 78. Si bromear sobre él permite que se relaje el dogma, es una buena noticia. Una buena noticia política. Simplemente no creo que sea así. Me da la impresión de que sirve más bien para arrojar un falso «no sabemos nada» que esconde que algunas cosas sí sabemos. Se podría hacer un reportaje (en serio) muy bueno e inédito con cuestiones sobre el 23F que ponen muy en duda la heroicidad de los santos que edificaron la decadente Transición. Eso de momento sólo está en (algunas) librerías: ningún medio de masas se ha atrevido a dar voz a los argumentos sólidos que hay para decir que el 23F no fue una historia de un puñado de golpistas parados por un heroico monarca. Estaría bien saber si Jordi Evolé querría y podría hacerlo, si le dejarían emitirlo en La Sexta, si tendría tanta audiencia, si generaría tantos debates.

Y a todo esto seguimos sin saber cómo Garci pudo obtener un Oscar.