Uno de los cambios más agradables de los últimos años ha sido la caída del muro de silencio que rodeaba a la monarquía. Siempre habíamos podido encontrar tal o cual libro que contaba los chanchullos económicos del monarca, las ambigüedades de su actuación con respecto al 23F e incluso sus líos amorosos. Pero no pasaban de ser libros a los que casi nunca se daba publicidad y que nos leíamos los republicanos más convencidos y viciosos pero de los que la mayoría de la gente no tenía noticia; mucha gente acaso sólo se enteraba de las leyendas urbanas sobre tal o cual amante, pero eso servía sólo para alimentar el carárcter campechano de Juan Carlos, quien, qué se le va a hacer, nos ha salido golfete, ya sabes cómo son los borbones. No sabemos qué hizo que en los últimos años la cosa cambiara. Pero cambió. De repente se empezaba a hablar de todo esto. Es falso que los borrones de Juan Carlos hayan sido en estos últimos años que no pueden empañar toda su trayectoria: lo que ha pasado estos últimos años es que aquello que siempre se tapaba empezó a salir a la luz.

He recordado varias veces aquella anécdota que contó Javier Ortiz en una Fiesta del PCE (y que publiqué con su permiso) sobre un editorial de El Mundo crítico con Juan Carlos cuando aquello era insólito. Y cómo «la dirección de ‘El Mundo’ se limitó a atender una petición expresa formulada por gente muy prominente de la Casa Real» (en palabras de Javier Ortiz, miembro entonces de aquella dirección), pues era gente de la Casa Real la que quería corregir al rey precisamente para consolidarlo. En los últimos años los cortesanos más inteligentes han sido quienes pedían la abdicación de Juan Carlos. No los republicanos sino los monárquicos.  En público y sobre todo en privado.

Durante estos años no ha caído el muro de silencio que rodeaba a la monarquía, sino el que rodeaba a Juan Carlos. Nada sabemos sobre Felipe, poquísimo sobre Letizia, nada sobre la abnegada Sofía. Obviamente sigue publicándose alguna cosa: aquel número 2 de La Marea sobre el entramado empresarial organizado a mayor gloria de Felipe VI, algún que otro libro… pero de nuevo oculto a la mayoría de la población.

Y de repente Juan Carlos abdica. Y uno pone programas de televisión y radio, abre periódicos. Y vuelve el soniquete más cortesano, con argumentarios calcados que generan cierta vergüenza ajena, con cohesión entre los partidos de orden y apelación a la «alta política» como definición de afirmación cortesana. Y llega el colofón: RBA, la empresa editora de El Jueves, una revista que había demostrado independencia hasta el punto de ser secuestrada por la Audiencia Nacional, decide retirar los ejemplares con su portada de esta semana y que hacía referencia a la sucesión; y lo hacen sabiendo que asestan un golpe a la revista del que difícilmente se recuperará, pero entenderán (o le habrán hecho entender) que hay razones de más peso.

Uno no suele creer en teorías de la conspiración. Pero recordando aquella anécdota que contaba Javier Ortiz, que nos muestra que alguna vez el origen de las críticas a Juan Carlos era el propio núcleo duro de la corte, cabría plantear la hipótesis de si la apertura parcial del muro de silencio no habrá sido también un instrumento, bastante arriesgado, para afianzar la Corona. Si no tendría como objeto lograr una abdicación que sacudiera las telarañas más visibles la institución y permitiera recuperar la normalidad cortesana con Felipe en el centro.

Sea así o no, que ya se verá, ya no tienen tanta capacidad para silenciar las voces discrepantes. Felizmente florecen medios digitales y las redes sociales distribuyen pensamiento y consignas que hacen que una portada censurada sea mil veces más vista que una portada que llega al kiosko. El nuevo alzamiento del muro de silencio, más que para proteger a la Corona puede ayudar, simplemente, a distinguir sin problemas a los cortesanos.