Maricongate.- Como el PP (político-mediático) no puede decir ni media palabra sobre Villarejo (Fernández Díaz sigue siendo diputado del PP, Inda, entre otros, sigue disfrutando de altavoces para sus cosas) ayer se centraron en que la ministra de Justicia había llamado maricón a alguien, aparentemente a Marlaska, y en un comentario cuñadamente machista. Comentarios que hizo en 2009: cuando el Partido Popular andaba manifestándose contra los derechos de los homosexuales y recurriéndolos ante el Tribunal Constitucional. Me resulta una imbecilidad siquiera valorar los comentarios en privado de nadie. En privado decimos barbaridades, más o menos graciosas, coincidentes o no con lo que pensamos… Sí, un pacifista puede hacer chistes sobre matar gente sin dejar por ello de ser pacifista; incluso precisamente porque lo es. Hay gente a la que eso no le hace ninguna gracia; otra a la que sí. Examinar cómo habla, qué lenguaje usa, qué bromas o comentarios hace cada uno en privado es un disparate monumental. Sólo sirve como chanza. El problema no es hablar de volquetes de putas, el problema es irse de putas a celebrar que se ha declarado bien (se ha mentido) en un juzgado sobre el saqueo de la educación madrileña.

Villarejogate.- No tengo ni idea del grado de relación de la fiscala hoy ministra Dolores Delgado con Villarejo. Ni de si se mantuvo. Por lo que sabemos de esa comida Baltasar Garzón alcanzó una buena relación con el mismo gánster que había hecho un dossier contra él años antes. Tan es así que al parecer Baltasar Garzón es o ha sido abogado de Enrique García Castaño, uno de los comisarios de la trama mafiosa de Villarejo. En las cloacas las relaciones son más comerciales que afectivas. Por otro lado, en determinados ámbitos (políticos, judiciales, policiales, periodísticos) es casi una obligación tener al menos un hilo de comunicación con gente repugnante. En absoluto me inquietaría que Dolores Delgado hubiera comido amablemente con éste u otros indeseables. Lo que me resultaría incompatible con la decencia es que hubiera formado parte, como tantos políticos, periodistas, etc. de la difusa trama de dosieres, chantajes, inventos, mentiras… que capitaneaba Villarejo. Es posible que así fuera, no lo sé. Es posible que en determinados ámbitos sea vox populi que sí, que fue así, no lo sé. Si fuera así, desde luego es incompatible con la decencia (política, periodística, judicial…). Es absurdo eso de «no ceder al chantaje de Villarejo»: si conocemos delitos por esas grabaciones o se muestra que alguien forma parte de la trama mafiosa del comisario no se puede mirar para otro lado. «Ceder al chantaje de Villarejo» sería dejar de perseguir al mafioso comisario por miedo a que saque más cintas, no examinar esas cintas y ser implacable con su contenido mientras se sigue siendo firme con el gánster. Lo que tengo claro es que ninguna de las grabaciones que han salido hasta ahora sobre Dolores Delgado prueba nada sobre ella que sea intolerable.

Oposicióngate.- Da un poco de vértigo el nivel de emponzoñamiento de la oposición político-mediática al gobierno. El problema no es la famosa crispación: en determinadas situaciones (pruebas de terrorismo de Estado, guerras ilegales, corrupción estructural del partido de gobierno, vulneración generalizada de derechos sociales o políticos…) la crispación política es una muestra de salud democrática. En los 90 mucha gente aplaudía el seny de Jordi Pujol por no crisparse ante ningún caso de corrupción: parece evidente que lo que le movía no era el seny sino la solidaridad. El problema es el histrionismo, el apocalipsis continuo a partir de minucias, la elevación a escándalo de anécdotas irrelevantes para equipararlas con tramas corruptas, lindando con lo mafioso. El problema no es ni siquiera el ruido: es que el ruido intenta tapar los verdaderos escándalos. Y el problema, mucho mayor, es que se trata de una operación de acoso a un gobierno legítimo. El gobierno salido de la moción de censura es el que tiene más posibilidades de emprender cambios democráticos y sociales sustantivos en España desde 1982 con la diferencia de que su precariedad parlamentaria no sólo le da esa posibilidad, sino que le obliga a ello. Quizás por ello la furia de la operación derribo. Sin duda por ello debe haber gran firmeza democrática frente a esa operación.