El lunes pasado se volvió a aplicar la teoría del entorno del entorno de la cosa entornada. Con una particularidad: que un día después el ministro del Interior dijo que la cosa entornada (ETA) ya no existe «como organización» lo cual hace que vaya a la cárcel gente acusada de ser el entorno de la nada. Uno puede compartir o no la defensa de derechos de los presos de los detenidos de Herrira (se hace difícil no compartir, por ejemplo, el derecho a estar en una cárcel cercana al domicilio: un derecho que todos aceptamos para el peor violador o asesino y del que sólo carecen los condenados por pertenencia a ETA), pero resulta evidente que defender los derechos de un preso no significa defender los delitos cometidos por el preso y que en última instancia defender los delitos cometidos por alguien no sería cometer esos delitos, muy especialmente desde que sabemos que ETA no volverá a cometerlos.



¡Ojalá no se rompa el proceso de paz!
se lee. Pero es difícil romper lo que no existe: en Euskadi lo único que ha habido es pasos de una parte (pasos que tendría que haber dado hace muchas décadas) que ha renunciado a la violencia para conseguir sus objetivos políticos. Por los motivos que fuera, pero aquello que hacía insoportable la actuación de la izquierda abertzale felizmente no existirá jamás y parece evidente que no habrá detención (por injustificable que sea, como las del lunes) que rompa la decisión estratégica por la que Otegi y otros cuantos llevan cuatro años encarcelados.

Lo que hay son avances unilaterales. Por varios motivos: no sólo la cerrazón del gobierno. También por lo que explicaba hace unos días Javier Vizcaíno: que ya muy poca gente cree prioritario un proceso de paz de grandes implicaciones. Otra cosa es un proceso político de cambio o incluso independencia al estilo catalán, que no lo sé. Pero ETA ya aparece como historia cerrada y cuanto más tarde la propia ETA en cerrar del todo peor será para los suyos: ya no es un activo para negociación alguna sino un lastre.

¿Y si eso no estuviera del todo mal? ¿Y si el tipo de paz que vaya a llegar a Euskadi no llegue por un proceso concreto y diseñado sino por los pasos dados por unos y los que (demasiado tarde) seguro que tendrá que dar algún gobierno español? Siempre supimos que la normalización de la convivencia real en Euskadi sería más fácil que en otros lugares porque los bandos convivían en familias, en barrios, en centros de trabajo… Los lazos de fondo no serán difíciles de coser si no se han cosido ya. Lo que costará es desmantelar las consecuencias concretas (algunas de ellas como los muertos imposibles de recuperar) y establecer una memoria colectiva que reconozca a las víctimas de tanto crimen y haga mejor el futuro vasco (España es un perfecto ejemplo de las consecuencias nefastas de evitar abordar y diseñar una memoria democrática lo más ampliamente compartida que sea posible).

La izquierda abertzale lleva clara ventaja en cuanto a esos pasos unilaterales. Posiblemente no esté lejos el día en que ETA efectivamente anuncie que ya no existe. Quizás no haga falta ni ese anuncio (que, insisto, Fernández Díaz anticipó ayer). Tampoco parece imposible que llegue pronto el día en que se reconozca la injusticia de los crímenes de ETA aunque sea con otras palabras.

Pero el Estado también dará, sin duda, pasos. Algunos obligado, como cuando salga (esperemos que en pocos días) la definitiva supresión de la doctrina Parot sacando a la calle a buena parte de los presos que han cumplido importantísimas penas y, sobre todo, las penas predeterminadas por la ley. Tampoco puede estar muy lejos el día en que Arnaldo Otegi y los demás presos del casos Bateragune abandonen las cárceles en las que están por infames motivos políticos. Ya los tribujales tuvieron que legalizar opciones políticas que renunciaban expresamente a la violencia pese a los intentos del gobierno (éste y el anterior) por mantener la ilegalización.

Pero otros tendrán que ser voluntarios. Desde que ETA anunció que nunca más usaría la violencia el gobierno dijo que lo único que cambiaría la actuación del Estado es la disolución de ETA. Eso supone reconocer que la actuación del Estado no es ordinaria: si no fuera así nada cambiaría por la disolución de ETA, los crímenes tendrían que ser juzgados y condenados igual del mismo modo que una banda de atracadores no deja de ser juzgada porque se disuelva. Sólo con ETA existen algunas formas de represión que no existen con ningún otro colectivo por gravísimos que sean sus crímenes. Desde luego la teoría del entorno no se aplica a ningún otro colectivo ni delito (¿cómo sería la aplicación de la teoría del entorno a la trama Gurtel o al caso Bárcenas? ¿Qué pasaría si buscamos quiénes son y dónde están el entorno de los crímenes del franquismo?).

Poco a poco habrá normalización. Es inevitable. Si el ministro del Interior reconoce que ETA es pasado, ¿cómo puede tener el trato policial, judicial y penal de excepción que sigue teniendo?

Sólo hay una consecuencia nefasta de la renuncia a un proceso de paz, de la apuesta por procesos unilaterales: que no habrá una memoria compartida. Eso se puede ver en el último comunicado de ETA: han pasado en unos meses de atisbar el reconocimiento del «daño causado» a situarse como paladines de la lucha justa por una sociedad mejor. Y tampoco se entienden las reticencias del Estado a reconocer la injusticia de la guerra sucia, de las torturas… que nadie sensato puede negar. Pero ese relato o se comparte poniendo los derechos humanos como línea infranqueable de la identidad compartida o se enquista. Y se puede estar unos años mirando para otro lado, asumiendo que una memoria democrática compartida no es fundamental.

Es un engaño. La memoria es nuestra identidad. Un pueblo con memorias divididas seguirá siendo un pueblo dividido.