La salida del cadáver de Franco del Valle de los Caídos tuvo varias imágenes que representaban la derrota del criminal a manos de la democracia. Singularmente emocionante fue la del helicóptero dejando atrás la monumental cruz; y especialmente representativa la de los cuatro friquis lamentando a las puertas de Mingorrubio el fin de la humillación.

Fue una gran victoria de los demócratas cuyo único defecto es que llegó 80 tarde, como mínimo 44 dadas las circunstancias. Una victoria que debe ser la puerta que se abre a otros avances y que tiene muchísimas madres y padres: fundamentalmente de las víctimas y de los movimientos por la memoria que llevan años intentando adecentar nuestro país y cimentar nuestro futuro sobre la democracia y los derechos humanos.

Pedro Sánchez lo ha hecho bien, lo antes posible y sin aplazar lo urgente pese a tantos palos en la rueda; uno tiene la firme convicción de que el PSOE en sus más de 20 años de gobierno sólo ha avanzado significativamente en materia de memoria cuando ha tenido que gobernar de la mano de otros partidos progresistas (no lo hizo en sus mayorías absolutas ni en sus acuerdos con CiU y PNV). Por eso es tan ridículo el berrinche que representaron algunos (llegando incluso a la inexplicable petición de aplazamiento) en un día de fiesta para los demócratas. En vez de enfadarse deberían estar orgullosos, primero como demócratas y, también, después como padres y madres del acontecimiento histórico.

Sí hay un aspecto relevante de esos lamentos que deberían llevarnos a una humana reflexión que valga siempre. Los criminales, todos, tienen seres queridos. Casi siempre los quieren a pesar de sus crímenes. Algunas veces hasta el punto de defender sus crímenes. Pasa con Franco, el mayor asesino de la Historia de España, y pasa con otros asesinos dentro y fuera de España. A veces esas expresiones de afecto familiar al criminal se han enfrentadas incluso a reproches judiciales. Y debemos tener la suficiente fortaleza democrática y moral como para entenderlo, permitir que expresen sus sentimientos por mucho que desde el antagonismo nos repugnen. Siempre.

Todos los casos análogos son, además, en el contexto de una derrota: el entierro de Franco de 1975 fue la expresión de su victoria, el de 2109 la de su derrota. Como lo son los homenajes a terroristas muertos o excarcelados. Siempre representan la derrota. Y la grandeza de la democracia es también su humanidad. Han perdido, pero la democracia, a diferencia de los criminales, debe proteger la humanidad hasta de los inhumanos.

Que lloren los Franco pero que no nos vuelvan a quitar nunca más la sonrisa.