No es cierto que la derecha autoritaria española no reivindique la memoria historia, que no mire atrás, que no se ocupe del pasado. Lo que no reivindica nuestra derecha más dura es una memoria democrática.

Ayer publicó el diario El Mundo un artículo de Rosa Díez (ex consejera del gobierno vasco con Ardanza -PNV-, ex eurodiputada del PSOE con Zapatero y ex portavoz de UPyD consigo misma) llamando a un alzamiento nacional (para defender la democracia, por supuesto, como todos los golpes de Estado) y para ello invocó los años 30: «Lo que ocurre en España se parece mucho a lo que se vivió en los años 30 del siglo pasado cuando la unión del radicalismo de izquierdas y los nacionalistas provocaron la destrucción del orden constitucional, la República.». En la memoria histórica que ha construido Rosa Díez fueron las izquierdas y los nacionalistas (catalanes y vascos, se entiende) los que provocaron la destrucción del orden constitucional. Ello le sirve para leer el momento presente de España y saber qué hay que hacer. Así que, ayudados por su memoria, tenemos que entender que el alzamiento que propone Rosa Díez para salvar la democracia debe de ser parecido a la operación quirúrgica del 18 de julio de 1936.

Ayer el artículo de Rosa Díez fue una de las cosas más comentadas en las redes sociales pero ninguno de los comentarios afeó que estuviese mirando 80 años atrás, anclada en el pasado, reabriendo heridas que han cicatrizado, que lo que toca es mirar al futuro. No.

Y es normal porque en las últimas semanas la competición en la que andan metidos en esos lares de Dios les ha llevado a ir mucho más atrás de 80 años. El famoso discurso de Pablo Casado sobre la Hispanidad se remonta más de 500 años para narrar una arcadia de la raza, un pasado feliz en el que España descubría un mundo en blanco y negro y lo pintaba de color, de cristianismo, de español y de felicidad. Y más allá, hace tres años, Santiago Abascal, el caudillito de Vox, empezó una gira por España en Covadonga. Vale mucho la pena leer este delirante artículo con el que explicaba por qué Covadonga con la misma lógica memorialística que Rosa Díez: recordar el pasado para saber qué hay que hacer en el presente. Así, en 711 los moros destrozaron España por culpa de los traidores (don Julián) y la cobardía de los políticos españoles (los nobles), pero don Pelayo se levantó entones contra el multiculturalismo como ahora el propio Santi, Santi, Santi Abascal. De una forma menos histriónica, esa misma memoria es a la que apela la monarquía actual cuando Felipe VI elige también Covadonga como primer acto público de la Princesa de Asturias, el mismo sitio en el que Juan Carlos I le dio la cruz de la victoria a Felipe cuarenta años antes: y como la virgen de Covadonga a don Pelayo a finales del siglo VIII.

La memoria construye país. No hay país sin memoria. Mirar al pasado, recordar hitos, homenajear héroes, señalar crímenes, traiciones y catástrofes es un acto imprescindible para construir futuro, para explicar en qué país está uno pensando: todo el mundo lo hace, no hay identidad política ni nacional sin memoria. No nos dicen que no miremos al pasado: lo que nos dicen es que no pensemos en democracia cuando miramos al futuro.